“Una persona saludable tiene miles de deseos, una persona enferma solo tiene uno.” Esta frase se le atribuye a Confucio y resume de manera práctica la velocidad en que las prioridades cambian cuando surge un evento adverso de salud. Una fiebre que no le baja a un niño pequeño, una tos repetitiva que sigue ahí en un asmático, un malestar fuerte en una persona mayor son solo ejemplos cotidianos y leves, pero que rápidamente empiezan a generar zozobra en quienes están cerca. Sin hablar de accidentes o enfermedades mayores.
En esta época llena de festividades y celebraciones a tutiplén, cuando el querer es disfrutar y hay, en muchos casos, abundancia de comida, bebida, regalos y emoción, pero que no está exenta de los vaivenes de la salud, me vi reflexionando sobre la importancia del cuidado y la prioridad del cuerpo y la mente. Desde hace algunos años, cuando empecé a leer primero sobre productividad, luego sobre energía física y mental y finalmente sobre longevidad, descubrí una pirámide de bloques estructurales que son, en orden: el sueño, el ejercicio, la alimentación y las prácticas de oración o meditación que fortalecen la salud mental.
No es casualidad que esta jerarquía empiece por el sueño. Dormir bien no es un lujo ni una pérdida de tiempo: es la base sobre la cual se construye todo lo demás. Sin descanso adecuado, el cuerpo no se recupera, la mente se nubla y las emociones se desbordan. El ejercicio, por su parte, no solo fortalece músculos y corazón; es una poderosa herramienta contra el estrés, la ansiedad y el deterioro cognitivo. La alimentación, tantas veces relegada en épocas de celebración, es el combustible que define cómo funcionamos día a día. Y la salud mental —a través de la oración, la meditación o el silencio consciente— es el ancla que nos permite procesar la incertidumbre y el miedo cuando algo no anda bien.
La salud, paradójicamente, suele ser invisible cuando está presente. Solo cuando se quiebra entendemos su verdadero valor. Por eso, más allá de los brindis y los propósitos de inicio de año, vale la pena recordar que cuidarnos no es egoísmo ni obsesión, sino responsabilidad. Porque cuando el cuerpo falla, todos los planes se suspenden. Y porque, al final, no hay prosperidad, disfrute ni progreso posible si no empezamos por lo más básico: estar bien.
Que el 2026 nos encuentre con menos prisa y más conciencia, entendiendo que cuidar la salud propia y la de quienes amamos no es una tarea pendiente, sino una prioridad diaria. Ojalá el nuevo año nos regale, antes que nada, eso que solo se valora cuando falta: salud para todos.


