Hoy cierro el 2025 con la última columna del año. No hablaré del agro ni de política; esta vez quiero mirar más adentro, hacia lo que realmente nos define: esas cadenas invisibles que nos atan al pasado, las heridas heredadas y los silencios que se transmiten como un legado que nadie pidió, pero todos cargamos.
Cada generación hereda algo más que genes: recibe cadenas invisibles hechas de virtudes y sombras. Los dolores que marcaron a nuestros padres y las dificultades que golpearon a nuestros abuelos parecen buscar repetirse en nosotros. Algunos reciben como legado la fe, la bondad y la fortaleza; otros cargan con vicios, discordias y temores. Son hábitos que comenzaron antes de nuestra existencia, pero no están condenados a perpetuarse.
La pregunta es: ¿seremos el último eslabón de esa cadena o permitiremos que siga arrastrándose hacia el futuro? Decidir romperla no es fácil, pero es el acto más liberador que podemos realizar. Porque al hacerlo, no solo cerramos una historia de sufrimiento: abrimos la posibilidad de escribir una nueva narrativa para quienes vendrán después de nosotros.
Tal vez hayas visto padres que nunca logran entenderse, hermanos que se niegan a perdonar, primos y amigos que se pierden en silencios que pesan como piedra. Son genealogías atravesadas por la discordia y el resentimiento, como si esas heridas fueran tatuajes en el alma.
La ciencia confirma lo que la experiencia sugiere: ciertas disposiciones —depresión, dependencia, incluso la ira— pueden heredarse. Pero herencia no es destino: es un río heraclíteo que fluye, y cada vez que entramos en él, el agua ya no es la misma ni nosotros tampoco. Lo recibido puede ser cadena, pero también puede ser herramienta. Lo que se repite —fracasos, escasez, confusión— no está grabado en piedra; es arcilla que puede volverse vasija si aprendemos a moldearla.
Romper el ciclo es decidir cortar las cadenas que nos atan. Es dejar atrás cargas que no nos pertenecen y atrevernos a preguntar: ¿qué vida quiero construir? Para lograrlo, necesitamos valentía y honestidad: mirar nuestra historia sin miedo, quedarnos con lo que nos nutre y soltar lo que hiere. Transformar el dolor en fuerza, y convertir cada herida en sabiduría. Porque interrumpir el ciclo no es solo cambiar el rumbo, es abrir la puerta a una vida más plena y auténtica.
De aquí en adelante, tú decides si quieres establecer nuevos patrones. Cada vida es una trama donde el dolor y la esperanza se entrelazan, y nada ocurre sin propósito. Las decepciones que nos quebraron fueron el terreno donde Dios sembró nuestras fortalezas más profundas. Lo que ayer fue silencio, hoy puede convertirse en testimonio; lo que quedó atrás no debe dictar el futuro.
Somos herederos de historias, pero no prisioneros de ellas. Las cadenas invisibles que arrastramos —resentimientos, fracasos, temores— no son eternas. Podemos romperlas. Podemos elegir. Porque la libertad no consiste en escapar del pasado, sino en transformarlo en cimiento para lo que viene. El futuro no se hereda: se conquista. Y la conquista empieza cuando decides que tu historia no termina donde otros la dejaron.
@indadangond








