Diocleciano, emperador de Roma, dictó el Edicto de Precios Máximos para congelar precios por decreto; aplicaba a granos, carne, salarios, etc. y traía castigos severos para quien no cumpliera. Buscando proteger al pueblo de la inflación, generó desabastecimiento, mercado negro y colapso del suministro. Era una decisión bien intencionada pero técnicamente desastrosa.

La narrativa actual es que la transición energética es indolora como si bastara con apagar combustibles del pasado y encender, con magia, un sistema limpio y barato. La realidad golpea en forma de facturas. Lo que hoy vive Colombia con el gas natural no es un accidente. Es consecuencia de una transición mal diseñada, más basada en discursos que en infraestructura y ambiciosa en anuncios, pero no en planeación. El gas, que durante décadas ha sido el combustible silencioso que garantizó estabilidad, tarifas razonables y respaldo al sistema eléctrico, empieza a escasear. El subsuelo no quedó vacío en una noche, se decidió frenar la exploración sin tener un plan serio de reemplazo. Una transición energética ordenada no desmantela lo que funciona sin tener listo lo que debe reemplazarlo. No se hizo así y cuando falta planeación, no paga el ministro de turno ni el político de moda, sino el ciudadano común. El discurso oficial sigue hablando de “soberanía energética” pero la realidad es contraria: más dependencia de importaciones y vulnerabilidad a precios internacionales. No estamos ante una crisis ambiental, si no ante una crisis de decisiones. No se sustituyeron moléculas por electrones firmes, ni electrones por almacenamiento, privilegiando el calendario político sobre el calendario técnico. Por 50 años, la demanda de gas estuvo respaldada por contratos en firme a precios en un rango de US $4-5/MMBTU pues la oferta local era abundante y el mercado interno autosuficiente. Muchos contratos vencieron a finales de noviembre y los nuevos acuerdos llegaron con precios más altos, ~US $10-12/MMBTU y en casos de gas importado incluso hasta ~ US $14/MMBTU. Se duplicó el costo en poco tiempo, ya no hay gas “barato” porque Colombia avanzó hacia la transición energética sin resolver antes la pregunta esencial: ¿cómo sustituir la energía firme? Una transición mal planificada no es sólo un error ambiental o político. Es un error de ingeniería económica, no puede ser un salto al vacío ni un acto de fe; si se gobierna la energía con fe y no con datos, la factura será siempre más alta de lo que prometieron.

El emperador ignoró la ley de la oferta y la demanda, no consideró que los precios de los productos variaban de una región a otra en función de su disponibilidad e ignoró los costos de transporte en el precio final; el edicto era un acto de locura económica. En energía cuando se ignora el balance técnico y no hay electrones para reemplazar las moléculas despreciadas, la realidad castiga porque la factura no es simbólica: es real.