Esta es mi última columna del año. Y llega en Navidad, ese momento en el que, al menos por unos días, bajamos el volumen del ruido, nos sentamos en la misma mesa y recordamos que, pese a todo, seguimos juntos. No es poca cosa. En un país tan golpeado como el nuestro, llegar a diciembre con la familia cerca ya es, en sí mismo, un acto de esperanza.
Este año no fue el que soñamos. Colombia llega cansada, dividida y con más preguntas que respuestas. Y sería ingenuo decir que el que viene será fácil. El 2026 ya se asoma con ruido electoral, con discursos que suben el tono y con la tentación permanente de volver a enfrentarnos entre nosotros. Pero la Navidad nos recuerda que incluso en los años más duros, la esperanza nace del corazón. Ha sido un año difícil. Difícil en seguridad, difícil en economía, difícil en confianza. Y aun así, Colombia no se apagó.
Porque mientras arriba todo parecía caos, abajo seguía latiendo algo más profundo. Ahí estuvo Junior, recordándonos que todavía sabemos abrazarnos por una alegría compartida. Una ciudad entera saliendo a la calle no para protestar, sino para celebrar. No era solo un título; era una pausa emocional en medio del cansancio. La prueba de que todavía creemos en algo común, que somos capaces de celebrar como cuando estamos en familia.
También estuvo el mensaje de María Corina Machado. Su reaparición, lejos de su país, pero más presente que nunca. No habló desde el odio, sino desde la firmeza. No pidió venganza, pidió dignidad. En un mundo acostumbrado a rendirse o a resignarse, su voz recordó que la democracia no siempre gana rápido, pero cuando resiste, deja huella.
Y hubo gestos que confirmaron esa misma idea. En Bondi Beach, Australia, un musulmán intervino para parar el ataque armado durante un evento de Hanukkah. No preguntó credos ni banderas; actuó. Días después, la comunidad se unió para agradecerle con una colecta de 2,5 millones de dólares. Una lección clara: no podemos dejar que lo que nos divide nos quite la humanidad, y cuando una comunidad reconoce a sus héroes, sabe cobijarlos.
En Colombia también pasó. En La Guajira, docentes rurales siguieron enseñando. En Cali comerciantes se cuidaron entre vecinos de la extorsión. Y en ciudades como Montería jóvenes emprendieron sin garantías. Nada de eso salió de un decreto. Salió de la gente. Eso también es país. Eso también es liderazgo.
El problema, en Colombia como en el mundo, no es la falta de talento ni de energía, sino de un rumbo compartido. Nos perdimos entre egos y cálculos electorales y confundimos gobernar con dividir. Y el próximo año, con elecciones ese riesgo será aún mayor y ahí más firmes debemos estar. La Navidad nos recuerda que antes que bandos, somos personas; antes que diferencias, comunidad. Cuando volvemos a la mesa, como familia, la esperanza no se pierde. Cerramos un año duro. Abrimos otro desafiante. Pero mientras sigamos encontrándonos, escuchándonos y cuidándonos, la luz seguirá encendida.


