Tenemos que empezar por decir con el neurólogo y educador argentino Sebastián Lupina que “la pobreza tiene graves impactos sobre el desarrollo cognitivo y emocional”, que deja huellas, secuelas imborrables. Y ello es grave, de allí la importancia de la atención debida a la primera infancia, especialmente en sus primeros cinco años, que es cuando se da el mayor desarrollo del cerebro, del lenguaje, de la motricidad y del pensamiento abstracto que caracteriza al ser humano. De allí que influya tanto en dónde y en qué condiciones se nace y se crece a esta temprana edad en el futuro que habrá de deparársele en la vida a ese niño que crece y se desarrolla, la mayoría de las veces enfrentando la adversidad. Una población infantil afectada por el hambre y la desnutrición, como ocurre en muchas regiones del país, en especial La Guajira, no tiene futuro y si lo llega a tener es incierto.
Superada esta etapa, insisto en que es crucial, como lo afirma la ex ministra de Cultura Paula Moreno, “la preparación nivela. La educación es fundamental y lo que he visto a lo largo de los años es que cambia tu historia, tu chip y te pone en otro lugar”. Y como lo pudo establecer el estudio realizado por el codirector del Banco de la República, Adolfo Meisel, “en el caso de los más pobres, la educación es la principal herramienta que les brinda la sociedad para mejorar sus condiciones de vida”. Pero, advierte que “no es suficiente con el acceso a la educación. Es necesario garantizar el aprendizaje a través de una educación de calidad”. La educación de calidad, entonces, es la clave.
Llama la atención el Informe de la Ocde en que existe una especie de determinismo asociado al origen de cada quien, pues “los niños cuyos papás no terminaron bachillerato tienen el 15 % de posibilidades de llegar a la universidad, una cuarta parte de aquellos con al menos un padre que alcanzó la educación superior”. Por ello no es de extrañar la cifra que nos da la misma Ocde según la cual en Colombia solo el 9 % de los alumnos de las familias pobres llegan a la universidad, frente al 53 % de las más ricas.
También en este aspecto, el del acceso a la educación, el campo muestra el mayor rezago. La Ocde plantea la urgencia de cerrar la brecha que existe entre la ciudad y el campo. Según cifras del Ministerio de Educación, mientras un colombiano que reside en la ciudad tiene un promedio de 9,6 años de educación, otro que reside en las zonas rurales apenas sí alcanza los 6 años. Andreas Schleicher, director de Educación de la Ocde, advierte que “todavía existe una gran desigualdad entre el sector rural y urbano en las escuelas de Colombia”.
La Educación debe ser asumida como Política de Estado y dejar de estar al vaivén de los cambios de administración, sujeto al regateo para que se le asigne el presupuesto que se requiere tanto para ampliar su cobertura como para su mejoramiento continuo. Ello redundará, indudablemente no solo en el cierre de brechas, en reducir la desigualdad, en la nivelación de la cancha, sino que además contribuirá también a la mayor productividad y competitividad del país.
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