Cada 20 de noviembre celebramos el Día Nacional del Psicólogo, y este año más que un homenaje parece una sesión colectiva: el país entero está en terapia. Unos llegan por voluntad propia, otros por insistencia de la realidad, y no falta quien asegura que “todo está bien” mientras el ojo le tiembla de tanto negarlo.
Si Colombia fuera paciente, llegaría tarde, con afán, pidiendo que la atiendan sin cita y sin aceptar que necesita ayuda. Se sentaría con desconfianza, mirando al terapeuta como si fuera el Estado: “¿usted también me va a cobrar sin hacer nada?”.
Empezaría hablando del clima, pero terminaría llorando por el pasado, culpando al Congreso, al dólar o al ex. En ese diván imaginario, el país confesaría que ha tenido crisis recurrentes, episodios de euforia seguidos de depresiones profundas y una preocupante tendencia a la negación: “yo no estoy mal, solo el resto”.
El psicólogo, en este caso, somos todos: los ciudadanos que intentamos entendernos y no perder la esperanza. Pero también somos terapeutas agotados, porque la realidad nacional exige empatía sin descanso. En toda terapia hay un perfil difícil: el líder mayor, ese que asume el rol de “padre de la nación”.
Suele llegar con aire de autosuficiencia, dice que todo está bajo control, pero proyecta ansiedad y una necesidad constante de validación. Cambia de tema cuando se le señalan contradicciones y culpa a los demás de sus errores. La terapia nacional requiere equilibrio: acompañar sin adular y orientar sin humillar.
El país muestra síntomas de estrés crónico: inflación emocional, irritabilidad política, ataques de desinformación y un trastorno de ansiedad social alimentado por redes. Las señales de alerta son claras: desconfianza generalizada, cansancio moral y desesperanza aprendida. Colombia padece una crisis de sentido y busca alivio rápido: una pastilla, un subsidio o un discurso, en lugar de comprometerse con el cambio interior.
El ciudadano promedio llega con agotamiento emocional, miedo y una avalancha de noticias que abruman. Pero tiene una virtud terapéutica innegable: la resiliencia. En el Caribe, esa resiliencia baila entre risas, champeta y vallenatos que disfrazan la angustia. Somos un país que ríe para no llorar y canta para no gritar.
El riesgo mayor no es la rabia, sino la apatía. Pero hay señales de recuperación: más jóvenes hablando de salud mental y más familias reconociendo que ir al psicólogo no es debilidad.
En este Día Nacional del Psicólogo priorizo una actitud: escucharnos sin prejuicios y atrevernos a cambiar. Colombia sigue en terapia, pero mientras haya ganas de sanar, el pronóstico sigue siendo favorable.
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