Julio Enrique Blanco es uno de los barranquilleros más ilustres que ha tenido la ciudad. Era un hombre universal. Vivió más allá de las provincianas fronteras locales. Y dejó una brillante huella filosófica. La Universidad del Atlántico, de la cual fue su primer rector, es uno de sus grandes legados.

Si viviera estaría aterrado. La universidad que él concibió y dirigió es hoy un bochornoso epicentro de incendiarios brotes extremistas y un codiciado botín de medio billón de pesos. En el fondo, la pelea es por ese tesoro presupuestal y por el control de la burocracia. Eso es lo que se disputan con fauces de implacable mordedura.

No seré injusto, desde luego. Sé que en la Universidad del Atlántico hay funcionarios, docentes e investigadores excelentes y estudiantes comprometidos con sus pregrados.

La quemazón de oficinas, libros y documentos y el espectáculo de las recusaciones ante la Procuraduría tras la farsa electorera para seleccionar los nombres de los cuales saldrá el rector, son la catastrófica consecuencia del naufragio moral e intelectual de la Universidad del Atlántico.

El capítulo particular de las elecciones es un reflejo de la descomposición politiquera que ha postrado a la democracia nacional como un enfermo canceroso a quien no pareciera servirle ya la más eficiente quimioterapia. Una universidad no se democratiza porque haya elecciones para escoger a sus rectores. Todo lo contrario. Se desacredita cuando ingresa a la democracia de la plata corrompida que compra votos e instrumentaliza a los electores con el incentivo clientelista de las pachangas, las camisetas, las gorras, los sancochos y los pasteles. Jairo Parada dice que las universidades serias del mundo no escogen a sus rectores así. Los seleccionan por sus méritos y duran el tiempo que sea necesario. Julio Enrique Blanco no fue rector de la Universidad del Atlántico por una operación pirata para controlar la institución. Lo fue porque era un hombre inmenso. Descomunalmente sobresaliente. Él no fue rector porque una elección tramposa lo impuso, ni porque manipuló o intrigó para tener mayorías en el Consejo Superior, ni mucho menos infló su hoja de vida con libros y artículos de dudosa autoría.

Todos tenemos culpa en la dolorosa involución de la Universidad del Atlántico. Pero también los gobernadores y consejos superiores tienen su cuota de silencioso consentimiento. Desearía que esta institución pública fuese la más respetada y querida por nuestros conciudadanos. Siento, con tristeza, que su lamentable realidad es un estruendoso fracaso del pensamiento. Por tanto, un irrespeto a Julio Enrique Blanco.

@HoracioBrieva