No deja de sorprenderme el glamur que en la galaxia del nuevo orden digital tienen las estrellas nacientes de la inteligencia artificial (IA), las humanas y las artificiales a “quienes” ya comenzamos a otorgar adjetivos personales. Pero deseo rendir tributo a cuatro padres de la IA, que para muchos serían bisabuelos pues todos nacieron en el primer tercio del siglo 20: John McCarthy nació en Boston y Marvin Minsky en Nueva York, ambos en 1927. Frank Rosenblatt también neoyorquino y Seymour Papert surafricano, nacieron en 1928. Sus vidas e ideas se entrelazaron por caprichos del azar propiciado por sus intereses y por la discreta aristocracia de la inteligencia. Minsky y Papert fundaron en 1959 el laboratorio de inteligencia artificial de MIT. Ambos estudiaron en Princeton. Rosenblatt fue sicólogo de Cornell y Papert, matemático de Cambridge, trabajó varios años con el sicólogo Jean Piaget y creó el lenguaje educativo Logo.

McCarthy, profesor de matemáticas en Dartmouth College, recogió en 1956, un reto lanzado por Alan Turing antes de su muerte. Turing, quien muy joven definió matemática y lógicamente un computador antes de que existieran, fue el primero en preguntarse si las máquinas podrían pensar. Para responder propuso una prueba consistente en un diálogo simultáneo de un computador y una persona con un grupo de jueces humanos. Si éstos no lograban distinguir a la máquina, ésta habría obtenido el grado de “inteligencia artificial”. McCarthy organizó un desafío para producir una máquina tal en dos meses, en ella participaron una decena de investigadores, entre ellos Minsky; 70 años después estamos a punto de lograrlo.

En su reciente libro La singularidad está más cerca, Jack Kurzweil, investigador principal de la IA en Google y actual decano del tema en el mundo, explica los dos caminos abiertos en los años 60: Uno es el método simbólico, basado en reglas y árboles de decisión que un experto seguiría; con él se produjeron avances concretos significativos hasta entrados los años 2.000. Otro es el método conexionista que puede crear “comprensión propia”, basado en el conocimiento, inicialmente precario, de las redes neuronales humanas. Rosenblatt intuyó que utilizando redes de más niveles podrían resolverse complejidades asombrosas, pero murió muy joven. Se requeriría también una capacidad de cómputo millones de veces mayor. Ambas cosas se lograron en la última década. Minsky y Papert vivieron hasta el 2016 y alcanzaron a ver un nuevo amanecer para la humanidad.

rsilver2@aol.com