Aunque no se ha fijado una fecha exacta, la alcaldía distrital confía en que la Luna del Río —la rueda de Chicago de Barranquilla— pueda ponerse en funcionamiento muy pronto, de tal forma que posiblemente a finales de este año se constituya en un nuevo atractivo del Gran Malecón. Para algunos esta iniciativa es más un capricho, o incluso un distractor de los problemas que nuestra ciudad arrastra; para otros, un símbolo de progreso y un catalizador de la transformación urbana. Considero que vale la pena comprender por qué, aunque las críticas son bienvenidas, es más sensato conceder que ese proyecto es una buena noticia para todos y que merece ser reconocido y apoyado.
Varias ciudades del mundo han apostado por una atracción de esa naturaleza, que termina consolidándose como parte de su simbología. El London Eye, inaugurado hace 25 años, es hoy una de las atracciones más visitadas del Reino Unido, y se ha convertido en un componente inseparable de la identidad urbana londinense. En Singapur, la Singapore Flyer contribuyó a posicionar a la ciudad como un destino global, mientras que en Chicago la instalación del Navy Pier ayudó a revitalizar una zona que tenía serios síntomas de decadencia. Los ejemplos abundan.
La Luna del Río no solo ofrecerá un paseo de algunos minutos. Su verdadero valor consiste en el potencial que tiene para convertirse en un hito urbano, ofreciendo incentivos para una mayor permanencia de las personas en el espacio público. En ese sentido, el proyecto se sitúa en un contexto ideal, dado que el Gran Malecón es el espacio más visitado de la ciudad, un orgullo local que cambió nuestra comprensión del río Magdalena y se ha convertido en la gran vitrina barranquillera.
Desde luego, es válido preguntarse por la racionalidad del presupuesto y por los planes que se tienen para garantizar su mantenimiento, un asunto que, por las adversas condiciones ambientales del malecón, se convierte en su gran desafío. Pero concentrarse únicamente en los factores que podrán dificultar la buena marcha de esta iniciativa es una posición cortoplacista. Las ciudades necesitan este tipo de referentes que se convierten en postales: la vida urbana se nutre igualmente de experiencias, imágenes y de símbolos compartidos.
La Luna del Río puede convertirse en eso, en un emblema de una Barranquilla moderna y confiada en su futuro. Conviene verla como un gesto de ambición urbana, una invitación a mirar hacia adelante. Al fin y al cabo, las ciudades que prosperan no son las que se limitan a resolver urgencias y a encargarse únicamente de los problemas inmediatos, sino las que también se atreven a soñar.
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