En Gustavo Petro se ha producido una notoria involución. En él se han dado cambios que han licuado perceptiblemente las cualidades que proyectó cuando enfrentó la parapolítica y la corrupción de Samuel Moreno Rojas. Atrás quedó el senador descollante que logró labrarse el camino del éxito que lo condujo a la alcaldía de Bogotá y a la presidencia. La alteración se hizo pública en la campaña de 2022 en la que, borracho, se le vio evocando banderas rojas que, presumo, eran las del Partido Liberal.

Por supuesto, el Petro presidente no ha sido el mismo en todos los momentos de su ejercicio. Fue elocuente y esperanzador en la posesión del 7 de agosto de 2022. Yo no soy de los que afirma categóricamente que Petro ha sido el mayor fraude presidencial de la historia de Colombia, en cuyas largas hegemonías conservadoras y liberales hubo gobernantes que solo dejaron un legado de infortunados recuerdos.

Lo que sí es evidente es que en el Petro presidente se agravaron los problemas para armar gabinetes idóneos y estables y trabajar en coordinación y armonía con éstos. Nunca me imaginé tampoco que en Petro aflorara el lastimoso lenguaje que ha mostrado en intervenciones y en consejos de ministros, en los cuales suele imperar su egolatría verbal en medio de la reverente y silenciosa aquiescencia de sus funcionarios predominantemente mediocres. Petro llegó al poder porque millones de colombianos admiraron sus discursos bien hilvanados de Congreso y plaza pública. Hoy escandalizan sus frases entre insólitas y malsonantes en las que destellan la incoherencia y la ordinariez.

El Petro senador sobresalió siempre por la navaja implacable de su lenguaje con la cual enfrentaba a sus rivales. Su gramática concatenada, la profundidad de sus argumentos y la cadencia de su retórica pausada, le permitieron convertirse en la estrella polar de la izquierda y en la alternativa para alcanzar el pináculo del poder presidencial tras un extenso recorrido de aplastantes derrotas electorales.

Petro protagonizó una hazaña histórica. Fue el único líder proveniente de la aventura armada de Jaime Bateman que conquistó la meta aparentemente inalcanzable de ser presidente.

A medida que ha disminuido la majestad de Petro se han resquebrajado los pilares de la grandeza presidencial. En los tiempos de mandatarios como Alfonso López Pumarejo o Alberto Lleras Camargo nunca se vio o escuchó que un viaje al exterior suministrara insumos chismográficos. Para que luego un Juanpis González le preguntara al presidente, en la solemnidad de la Casa de Nariño, si en el periplo había estado infielmente en la carnal compañía de “una hembrita o un hembrito”.

@HoracioBrieva