Cierro los ojos y repito pausadamente en varias oportunidades: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46, 1). Es una frase que me llena de seguridad en los momentos de inquietud, en los que siento que estoy expuesto emocionalmente o constato que vivo en medio de la incertidumbre de no saber qué puede pasar en el minuto que sigue. Cuando siento desamparo, reconozco a Dios como alguien que me puede resguardar, que me puede sostener y que me ayuda a encontrar sentido a lo que vivo.

Al pronunciar ese verso siento que mi fuerza no nace de las capacidades limitadas que tengo, sino de su presencia en mi vida. No me va a agregar algo, ni me va a exonerar de las dificultades, pero sí va a potenciar todo lo que soy y va a iluminarme para que sepa descubrir, decidir y actuar coherentemente con mi propósito de vida.

Tal vez lo que más me alegra es que dice que Dios es nuestro “pronto auxilio”, y es que en estos tiempos, en los que solemos percibir que todo se retrasa, la justicia tarda o el consuelo se ausenta, esta expresión tiene mucho poder: la ayuda de Dios no se posterga, aunque no la veamos y la sintamos como nosotros esperamos. Ese “pronto” no pertenece a los relojes humanos, sino a la seguridad de que su tiempo es perfecto y que él está ahí para sostenernos, aunque no lo tengamos tan claro en este instante.

Alguien pudiera creer que pronunciarlo no hace que algo pase, pero en mi vida sí que pasa. No es algo mágico, no es sobrenatural, ni fácil. Es lo más humano posible creer que puedo levantarme del piso donde me he caído, que puedo resolver el problema que parece irresoluble; confiar en que lo que viene es mejor, abrirme a la ayuda de los que me aman y están ahí para mí, soñar y visualizar el mejor futuro posible o saberme amado por Él. Creer eso es lo que llamamos fe. Se que en el mundo de la tecnología todo esto parece una tontería, pero es lo único fundamental. Creer en mí, en los que me aman y en Dios. Eso se da en la vida interior del corazón. Seguro quedan muchas más batallas de las que aprenderé y que me harán mejor ser humano.

Abro los ojos y me sonrío, porque el problema sigue ahí, la dificultad se manifiesta intensa, la adversidad me amenaza, pero ya no le tengo miedo, porque sé que “Dios es mi amparo y mi fortaleza, mi pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46, 1). Me levanto de la cama y comienzo a escuchar “Confía”, una canción de Ana Bolívar que tiene el poder de llenarme de paz y de fuerza espiritual. La canto una y otra vez, sabiendo que esa melodía me fortalece en Dios.