En Colombia hablar de reforma fiscal es casi un deporte nacional. Cada gobierno trae la suya bajo el mismo argumento: hay que tapar el hueco fiscal, financiar programas sociales y arreglar lo que hizo el gobierno anterior. El problema es que, pese a las promesas de equidad, en la práctica quienes más sienten el golpe son los más vulnerables.
Este gobierno, por supuesto, no fue ni la excepción, ni el cambio. Aunque Petro siempre criticó las propuestas de reforma, su gobierno también presentó una que al parecer busca recaudar billones para estabilizar las finanzas públicas. En el papel suena bien: gravar grandes patrimonios, rentas extraordinarias y sectores con más capacidad de pago. Pero detrás de los discursos técnicos hay efectos que no se pueden ocultar. Cuando sube la gasolina, cuando se encarece el transporte de alimentos, cuando la canasta básica se dispara, el que termina sacrificando el plato de comida es el hogar más humilde, que ya están bastante afectados.
La paradoja es cruel: se anuncian reformas para financiar la lucha contra la pobreza, pero al final el costo de esas medidas terminan agrandando las brechas. El trabajador informal, que no tiene estabilidad ni seguridad social, y la madre cabeza de hogar que hace milagros para sobrevivir con su familia, son quienes sienten el impacto inmediato de impuestos que se trasladan a los precios de todo lo que consumen.
El debate no debería quedarse en cuánto se recauda, sino en cómo se protege a los más vulnerables de esos impactos colaterales. De nada sirve hablar de justicia fiscal si al mismo tiempo miles de familias tienen que escoger entre pagar un recibo o comprar comida. Esa es la verdadera inequidad: pedir más sacrificios a quienes ya viven con lo mínimo.
El costo político de esta reforma puede ser alto. En un gobierno con popularidad en picada, prometer que los más ricos pagarán mientras los más pobres ven subir el mercado y el transporte es una apuesta peligrosa y a este punto poco creíble. La confianza se construye no solo con discursos, sino mostrando que cada peso recaudado llega de verdad a educación, salud, a la creación de empleos y a seguridad.
La reforma fiscal puede ser necesaria, pero solo tendrá legitimidad si protege primero a quienes menos tienen. En un país con tanta desigualdad, no hay nada más injusto que una reforma que, en nombre de los más vulnerables, se termine haciéndolos más pobres. La verdadera reforma no es la que se mide en billones recaudados, sino en cuántas familias logran salir de la pobreza sin que el Estado las empuje de nuevo hacia ella.
@CancinoAbog