El pasado domingo comprobé, una vez más, que los libros lo escogen a uno. No llegó el cambio y hacia atrás asustan, de William Ospina, me llamó la atención desde que lo vi en la estantería. Al hojearlo, percibí que no era un libro de coyuntura más, sino una mirada crítica y serena sobre las tensiones que vive el país cuando las promesas se enfrentan con la realidad.
Ospina parte desde un lugar incómodo: reconoce que no apoyó al actual gobierno, pero también que su llegada representaba una posibilidad legítima de transformación. No escribe desde la revancha ni desde la complacencia. Escribe desde la pregunta. ¿Por qué, con tanto a favor, el cambio no cuajó? Y lo dice con claridad: el gobierno acertó al leer el país, al diagnosticar sus heridas, pero se equivocó en los caminos para sanarlas. Ver el problema no basta si se responde con soluciones erradas o mal ejecutadas.
En ese desencuentro entre intención y método está, para el autor, buena parte del fracaso. La confrontación sustituyó al diálogo, el anuncio a la acción, y el relato terminó aislado de las condiciones necesarias para volverse realidad. El país necesitaba acuerdos, rutas claras, prioridades bien planteadas. En cambio, encontró un gobierno que, teniendo razón en sus motivos, perdió el rumbo en su forma.
Uno de los ejes del libro es la reflexión sobre el papel del Estado. Ospina insiste en que gobernar no es administrar la riqueza que existe, sino crear las condiciones para que esa riqueza se genere. No basta con distribuir mejor: hay que producir más, y hacerlo de forma justa y sostenible. Para eso se necesita una economía legal fuerte, capaz de competir con las lógicas ilegales que han degradado regiones enteras. Sin empleo digno, sin proyectos productivos reales, sin confianza en la legalidad, no hay reforma que se sostenga.
El autor encuentra en el campo una oportunidad desperdiciada. Propone verlo como motor de desarrollo y no como periferia asistida. Habla de cooperativas, agroindustria, investigación, tecnología adaptada al territorio. El campo, bien articulado, podría ser el núcleo de una nueva economía nacional. Pero eso requiere decisión, planificación y una visión de largo plazo, aún ausente.
Tampoco escapa a su análisis el deterioro urbano. La ciudad también necesita cuidados, recuperar el espacio público y aceptar que el sentido de comunidad no es un asunto menor. Donde se degrada el entorno, se degrada la convivencia. Lo simbólico también es político: una plaza limpia, una calle habitable, un parque cuidado dicen más sobre un proyecto de país que muchos discursos.
Pero más allá de las reflexiones y propuestas, lo más valioso del libro es su tono. No hay gritos, ni proclamas, ni insultos. Hay una voz que piensa. Que disiente sin rabia, que señala sin descalificar, que apuesta por otra forma de entender el país. Una voz que, incluso frente al desencanto, no renuncia a la imaginación.
Porque si el cambio no llegó, y hacia atrás asustan los fantasmas, es evidente que para ganar en 2026 no bastará con insistir en la frustración. Necesitamos empezar a escuchar propuestas concretas entre el casi centenar de precandidatos. Propuestas menos dogmáticas y más sensatas. Con menos caudillismo y más proyecto colectivo.
hmbaquero@gmail.com
@hmbaquero