No crean que se me olvidó, es que estuve más enredado que un bulto de anzuelos del 16 al 18 de agosto de este año para conmemorar, como todos los años desde 1969, los 4 días más importantes de mi vida como aficionado del rock, porque en esas fechas se llevó a cabo el Festival de Woodstock en la granja de Max Yasgur en Bethel, condado de Sullivan a 60 millas de esa ciudad.
Para esa época empezaba a estudiar medicina en la Universidad del Cauca y vi la película del festival todas las noches que duró en cartelera. La vi tantas veces que podía recordar cada escena, repetir los diálogos y cantar todos los temas con tal precisión que terminé creyendo que yo había estado allí, y cuando se lo decía a mis compañeros de estudio, volteaban a verme como gallinas mirando sal y comentaban entre ellos que debían hablar con los profesores de psiquiatría porque eso no era normal.
Mucho tiempo después, Juan Manuel, mi hijo mayor, me trajo de los Estados Unidos la película en formato de VHS y, como podrán imaginar, la vi cualquier cantidad de veces hasta cuando ese formato se quedó atrás y no tenía la tecnología para pasarlo a otros más contemporáneos. Todavía tengo esa versión y no pierdo la esperanza de actualizarla en los sistemas actuales. Sólo se trata de tener el tiempo y encontrar a la persona que pueda hacerlo.
Sin embargo, queridos hermanos roqueros, no perdí el tiempo en esos días sagrados dedicados al rock y, a pesar de mi dinosauriez en asuntos tecnológicos, se me ocurrió una idea que puede resolver aquel viejo deseo de haber estado presente en esos 4 días de música, paz y amor.
He criticado mucho a la inteligencia artificial, pero en este caso la voy a utilizar para aparecer en la película y buscar a los compañeros de estudio que me recomendaban ir a psiquiatría, para mostrarles la nueva versión en la que aparezco. Ya sé cuál es la escena. Cuando Carlos Santana está interpretando Soul Sacrifice, llega un momento en que deja la guitarra para sonar una campana y el organista Gregg Rolie deja las teclas por un instante para sonar unas maracas. Ahí es donde voy a aparecer yo sonando unas latin percussion con las que acompaño la música salsa y que no sacudo desde hace ratos y son especiales para la ocasión. Ya tengo la pinta con el chaleco, el jean y las zapatillas Converse.
Y la voz en off diciendo “Ladies and gentlemen: playing maracas our guest star...”, y dicen mi nombre. Qué vaina linda.
Con eso, me pongo al día con los bróderes roqueros y con la conmemoración de los 56 años del festival de rock más importante de la historia de ese género musical y al cual asistí.
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