Barranquilla y el Atlántico cuentan con ventajas estratégicas para convertirse en un ‘hub’ de data centers en el Caribe. Estamos enlazados a tres cables submarinos que nos integran con Norteamérica y el resto de la región, lo que garantiza velocidad, redundancia y baja latencia en la conectividad internacional. Además, Colombia empieza a figurar en el mapa de la industria: es el cuarto mercado latinoamericano en proyectos de centros de datos, con cerca del 17 % de las iniciativas en ejecución o planeación, y Barranquilla ya alberga operaciones como Tecto BDC-1 y BDC-2.
Es evidente que Barranquilla podría convertirse en un referente regional en servicios de IA y cómputo avanzado. Pero sin condiciones competitivas en costos energéticos, la oportunidad de atraer a gigantes tecnológicos y crear un ecosistema de innovación corre el riesgo de diluirse, en un momento en el que esta tecnología define la nueva frontera de la economía digital. En los últimos años, las tarifas en el Caribe han superado en más de un 20 % a las de otras regiones, encareciendo la operación de proyectos de gran escala.
Además, el desafío energético no solo compromete la operación de los centros de datos, sino también la capacidad de la región para convertirse en un polo de inteligencia artificial (IA). Las aplicaciones de IA, desde modelos de lenguaje hasta sistemas de análisis predictivo, requieren infraestructuras de cómputo de alta densidad y consumo intensivo de energía. Un data center puede destinar hasta el 40 % de su consumo eléctrico a refrigeración, y se estima que estas instalaciones representan entre el 1 % y el 2 % de la demanda mundial de electricidad.
A la dificultad del alto costo se suma la incertidumbre regulatoria. Mientras países vecinos ofrecen incentivos para atraer a gigantes tecnológicos, en Colombia se planea revivir la contribución del 20 % sobre el consumo de energía a casi todos los sectores de la economía, incluyendo. Esta medida no solo encarece la operación de sectores como los data centers, que dependen de la estabilidad de sus costos, sino que envía un mensaje claro: en vez de facilitar la inversión tecnológica, el Gobierno prefiere cargar aún más a los sectores productivos.
El impacto va más allá de las empresas. Renunciar a este ecosistema significa menos empleo calificado, conocimiento e inversión. Los centros de datos dinamizan cadenas que van de la construcción a la seguridad informática y pueden ser ancla de startups, universidades y servicios financieros. Sin embargo, mientras se habla de transformación digital, se imponen sobrecostos que desincentivan la inversión. La contradicción es evidente: ¿queremos que el Caribe compita en el escenario global o seguiremos debilitando a quienes pueden generar desarrollo?
El Atlántico tiene conectividad, tierra y ubicación estratégica para integrarse al mercado digital. Pero si la energía continúa siendo cara y gravada con nuevos impuestos, el ecosistema de data centers quedará en promesa. El Caribe podría liderar la economía digital, pero no puede darse el lujo de espantarla con decisiones que castigan la productividad.
*Ex secretario TIC del Atlántico