El estadio Metropolitano se inauguró hace 39 años. Desde aquel momento ha sido sede de innumerables encuentros deportivos —la gran mayoría asociados al fútbol—, y de no pocos conciertos y actividades culturales. Uno podría suponer que después de cuatro décadas de funcionamiento, las autoridades locales y las organizaciones privadas ya tienen dominio sobre los aspectos logísticos que deben implementarse cuando se celebra un partido de fútbol, que saben ajustar sus protocolos de acuerdo con la asistencia esperada y que son expertas en control de multitudes, entre otros asuntos de seguridad que las atañen. Pero no es así. Tal parece que no hay un proceso de aprendizaje y que, si juzgamos lo que sucedió el pasado lunes, cada evento es una sorpresa.

No hay excusa. El partido entre Junior y Bucaramanga desnudó debilidades imperdonables por parte de los responsables de su organización. Todo lo que podía salir mal, salió mal: la circulación vehicular y los parqueaderos sufrieron un desorden incomprensible; la boletería, a pesar de utilizar un sofisticado sistema digital, funcionó con intermitencias, por lo que el control de acceso fue inexistente por momentos; y, para rematar, la seguridad fue extremadamente floja, cuya consecuencia fue una generalizada anarquía en las tribunas. Tanto así, que en este diario pudo verse una foto de un aficionado blandiendo un cuchillo. Lo único que salió bien fue la pancarta dedicada a Berthica, un justo homenaje de la hinchada.

Las imágenes de familias huyendo con sus hijos pequeños ante el inminente riesgo de quedar entre los dos bandos de energúmenos que se enfrentaban violentamente en las tribunas no admite medias tintas. Se deben implementar medidas inmediatas para evitar que esos sucesos se repitan, pero, sobre todo, garantizar que esas medidas sean permanentes. Lo mismo debe suceder con la organización logística de los eventos, que hoy empobrece cualquier espectáculo. Lamentablemente, sospecho que no va a pasar mayor cosa.

Durante mi niñez y buena parte de mi juventud fui al estadio con frecuencia, momentos que me formaron como aficionado. Siempre viví algún lío para conseguir las boletas o para ingresar a los escenarios (colas, desorden, informalidad), pero no recuerdo temer por mi seguridad. Ahora, no me imagino lo que puede ser asistir con un niño a un partido y exponerse a cualquier cosa, dado que la experiencia es desagradable, insegura y desgastante. Ante esas circunstancias, es increíble que ni las autoridades distritales ni los dirigentes del Junior se manifiesten con más decisión. ¿Cómo se pueden formar jóvenes aficionados en ese entorno? Luego se preguntan por qué la gente no va al estadio.

moreno.slagter@yahoo.com