Esta semana, el gobierno de Benjamin Netanyahu aprobó un plan para ocupar completamente la Ciudad de Gaza y toda la Franja, bajo la premisa de que así lograrán eliminar por completo a Hamás. Amparados en el argumento de la legítima defensa, han intentado justificar actuaciones abiertamente contrarias a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario. Lo más grave es que un número significativo de personas en el poder ha asumido esta postura sin el menor cuestionamiento moral.
La situación en Gaza es la prueba de que ni la más atroz crueldad logra movilizar de forma unánime a la sociedad internacional para detener la violación masiva y sistemática de derechos humanos en un territorio donde la esperanza de una humanidad mínimamente justa se desvanece por completo. El gobierno de Israel, encabezado por Netanyahu, ha demostrado que, mientras un Estado cuente con amplio poder militar y político, no existen límites para anular a toda una nación: matar de hambre a niños y niñas, desplazar indiscriminadamente a toda una población y, en última instancia, buscar su desaparición.
Mientras todo esto ocurre ante los ojos del mundo, con imágenes y videos transmitidos en tiempo real, algunos países de Occidente han intentado ejercer presión mediante el tardío reconocimiento del Estado de Palestina. Aunque estas medidas envían un mensaje político a Israel, resultan absolutamente insuficientes para proteger la vida de los gazatíes o para poner fin a una guerra en la que la sociedad civil ha pagado el precio más alto. Es, usando un eufemismo, decepcionante la respuesta de la sociedad internacional, representada en las organizaciones internacionales, que parecen creer que estas acciones bastarán para acallar su culpa cuando, en el futuro, se pregunte qué Estados fueron cómplices o aliados de Israel.
A pesar de los esfuerzos del secretario general de la ONU, António Guterres -quien merece un reconocimiento por su valentía en medio de las más altas presiones-, estos hechos han dejado en ruinas la idea de un multilateralismo capaz de garantizar la paz y la seguridad internacionales.
La crisis moral global se refleja con crudeza en un Consejo de Seguridad y en Estados que podrían hacer mucho más que gestos simbólicos y programas de cooperación internacional para frenar el mayor flagelo contra la humanidad en los últimos 80 años. La comunidad internacional parece haber olvidado, en palabras de Martin Luther King Jr., que “la injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes”.
@tatidangond