Hablemos de cobre. Ese que brilla, pero no se ve. Ese que no sale en las fotos de parques solares ni en los afiches de turbinas eólicas, pero sin el cual no hay ni lo uno ni lo otro. Ese que no huele a limpio, pero sin el cual no hay energía “limpia”.
Esta vez quiero que hagamos juntos un ejercicio de cuentas, como el que hicimos hace poco con el carbón y el sílice, pero ahora con este metal esencial. Tomemos las cinco principales potencias en el mundo: China, Estados Unidos, India, Japón y Alemania. Imaginemos que estos cinco cumplen el escenario de transición energética de la IRENA, donde un 33 % de su energía vendrá de fuentes renovables como el sol y el viento. Como ya todos sabemos esta infraestructura se construye a partir de minerales, entre ellos el cobre. En ese sentido, cuando calculamos la necesidad mineral de cobre para cubrir casi un tercio de la necesidad energética de estas 5 potencias del 2023, la cuenta nos da 43 millones de toneladas. Para comparar, la producción mundial de cobre refinado en 2023 fue de 27 millones de toneladas. Es decir, estos cinco países solos necesitarían el 160 % de la producción mundial anual actual solo para arrancar, y el resto del mundo? ¿y para 2050 cuando el consumo sea mucho más alto?
El número no es menor ni simbólico. Es concreto, es físico, es material. El cobre no es una narrativa, es una pala metida en el subsuelo. Y ese subsuelo, en su mayoría, no está en los países que más van a consumirlo. Los yacimientos más grandes están en Chile, Perú, países africanos, etc. Colombia ha pensado en eso? ¿Lo ha visto como una oportunidad en el desarrollo de su sector minero con encadenamientos productivos, pero industrializados? Aquí solo hemos pensado en importar paneles solares y salvamos el planeta.
Pero volvamos al dato. Si solo con cinco países consumiendo un tercio de su energía con renovables ya se necesitan 43 millones de toneladas de cobre, ¿qué pasa cuando el resto del mundo entre a jugar? ¿Cuándo África electrifique sus hospitales rurales con paneles solares? ¿Cuándo América Latina quiera dejar el diésel por redes limpias? ¿Cuándo los carros eléctricos dejen de ser un lujo y empiecen a ser política pública?
A este ritmo, la pregunta ya no es “¿cuánto cuesta la transición?”, sino “¿cuánto cobre queda para hacerla posible?”. Porque hablar de energías limpias sin hablar de minería es como hablar de agricultura sin tierra. El cobre no se fabrica, se extrae, se saca de minas abiertas o subterráneas. Entonces, por qué el Gobierno está empecinado en cerrar cualquier actividad minera de cobre en Antioquia o desincentivar la activada minera legal, ¿la que genera empleo, desarrollo local y valor agregado sin la que no es posible hacer transición sin minerales? Así de mal planeada e ideologizada está nuestra transición energética.
Para cerrar la idea, no hay transición energética sin cobre. Y no hay cobre sin minería.
Así de incómodo. Así de claro. Así de urgente.
*Director Observatorio de Transición Energética del Caribe – OTEC Universidad Areandina
@amatzuluaga1