El domingo pasado me levanté a las 3:30 de la mañana, desayuné algo ligero, me calcé zapatos deportivos y salí al Romelio Martínez para encontrarme con unas 2.000 almas que, como yo, nos disponíamos a trotar por 15 kilómetros en una carrera organizada ejemplarmente por Allianz. No rompí ningún récord y llegué lejos de los primeros lugares, pero eso no fue relevante. Lograr terminar esa distancia con dignidad y sin detenerme, siendo testigo del amanecer mientras reconocí a Barranquilla desde otra perspectiva, libre de carros y de rutinas, fue suficiente recompensa.

Sin embargo, lo mejor llega después. Tras la recuperación de un esfuerzo físico importante viene una sensación de bienestar que solo el ejercicio puede brindar. No importa la edad, no importa el reto, el cuerpo siempre lo agradece.

Varios estudios reconocen los beneficios de la actividad física más allá de mejorar la condición cardiovascular. Puede que exagere, pero quizá el cerebro es el órgano que más se beneficia cuando abandonamos el sedentarismo y nos ponemos en acción. Está comprobado que mover el cuerpo, incluso con caminatas suaves, reduce los niveles de cortisol y favorece la liberación de endorfinas, esa sustancia que nos genera una sensación de alivio, e incluso de alegría, sin razón aparente. Practicar un deporte también incrementa los niveles de serotonina y dopamina, neurotransmisores claves en la regulación del estado de ánimo, el sueño y la motivación.

Más allá de lo neuroquímico, cuando se inicia el día haciendo ejercicio hay un cambio perceptible en la forma en que enfrentamos el resto de la jornada: el pensamiento se aclara, las emociones se ordenan, y las preocupaciones se hacen más manejables. En momentos de ansiedad o de agotamiento mental, la actividad física ofrece una salida sencilla y potente. No resuelve todos los problemas, claro, pero ayuda a comprenderlos mejor y a ponerlos en contexto. Ejercitarnos regularmente crea una especie de amortiguador emocional que nos vuelve menos reactivos, más pacientes y menos proclives a enredarnos en pensamientos repetitivos.

Lo más alentador es que no se necesita mucho. Un par de sesiones por semana, veinte o treinta minutos al día, bastan para empezar a notar cambios. No hay que tener una meta atlética ni obsesionarse con los resultados, solo hace falta algo de voluntad y abrirle espacio al ejercicio dentro de nuestra rutina diaria. Casi siempre se puede. Un acto simple que, bien llevado, termina siendo un gesto de cuidado hacia el bienestar mental, que tanto reclama nuestra atención durante estos tiempos confusos.

moreno.slagter@yahoo.com