El conflicto es inevitable en cualquier relación de pareja. Lejos de ser un síntoma de fracaso, puede convertirse en una oportunidad poderosa para el crecimiento personal y conyugal. Lo importante no es si discutimos, sino cómo lo hacemos. Una discusión bien manejada puede fortalecer el vínculo, aumentar la comprensión mutua y fomentar la intimidad emocional.
Toda discusión surge cuando alguna necesidad emocional, física o espiritual no está siendo atendida. El enojo, la frustración o el silencio hostil son formas imperfectas de expresar esas carencias. Por eso, reconocer el conflicto como una señal valiosa y no como una amenaza permite abordarlo con madurez. En lugar de pensar “¿por qué estamos peleando otra vez?”, podríamos preguntarnos “¿qué está necesitando mi pareja o yo en este momento que no ha sido expresado adecuadamente?”
Muchas parejas caen en patrones que erosionan el vínculo: gritar, culpar, menospreciar, retirar el afecto, usar el sarcasmo o “sacar los trapitos al sol”. El problema no es el desacuerdo, sino cómo se maneja. John Gottman, psicólogo e investigador de relaciones, llama a estas actitudes “los cuatro jinetes del apocalipsis”: crítica, desprecio, actitud defensiva y evasión.
En lugar de caer en estos estilos destructivos, los conflictos deben abordarse con respeto, empatía y control emocional. Esto implica aprender a expresar lo que sentimos sin atacar, y a escuchar sin interrumpir o juzgar.
Una herramienta simple pero poderosa es hablar desde la experiencia propia: “yo me siento herido cuando no me llamas durante el día” en lugar de “tú nunca te acuerdas de mí”. El lenguaje en primera persona ayuda a evitar la acusación y fomenta la apertura del otro. También permite que el otro no se sienta atacado, sino invitado a entendernos mejor.
No todas las discusiones deben resolverse en el momento. Cuando las emociones están muy elevadas, es más saludable detenerse, respirar y retomar el tema más adelante. Esto no es evitar el problema, sino proteger la relación mientras se da tiempo a la reflexión. Una pausa bien hecha puede evitar palabras hirientes que dejan cicatrices.
Una discusión sana no siempre termina con una solución perfecta, pero sí debería culminar con un paso hacia la reconciliación. Pedir perdón no es rendirse, sino asumir la parte de responsabilidad personal. Y perdonar es un acto de amor maduro que libera a ambos. El perdón no niega el dolor, pero lo coloca en un camino de sanación.
Cada discusión puede revelar áreas ocultas de la relación, heridas no sanadas o aspectos que necesitan crecer.
Un desacuerdo bien manejado puede ayudar a conocer mejor a la pareja, profundizar en la empatía y renovar el compromiso. Al final, no se trata de evitar el conflicto, sino de crecer a través de él.
@drjosegonzalez