No me cabía en la cabeza que la gente a mi alrededor hablara tanto de la salchipapa, ¿cuál era la gracia de comer una salchicha y una papa en un plato o en una cajita de icopor?, hasta que un día, Gala y Fiorella, mis hijas menores, me sacaron del error. En el apartamento de enfrente donde vivo preparan comidas rápidas y siempre pido la mazorca desgranada, cualquier día nos dio pereza cocinar y preferimos pedir enfrente. Les protesté bastante cuando propusieron la salchipapa con el mismo argumento de cómo yo las imaginaba. Espera y verás, me dijeron al unísono.
¡Oh, pobre de mí, cuán ignorante soy! ¡Los dioses de la gastronomía perdonen mi arrogancia y permitan que yo disfrute este manjar! Al abrirse la cajita apareció ante mis ojos ese espectáculo visual que huele a delicia, cuyos componentes no digo para no regalar la receta del vecino, pero desde la primera imagen sabe bien, de hecho se parece a mí mazorca.
Probarla, fue amor al primer mordisco, algo que conquistó de inmediato al posesionarse en el espacio entre el paladar y la lengua para activar las papilas gustativas y dar la calificación que merece este platillo, la máxima: la salchipapa es estúpidamente deliciosa.
Por supuesto, pedí la mía y la degusté despacio, identificando cada sabor, cómo se mezclan entre sí en la masticación para provocar variaciones de lo mismo en cada mordida hasta la deglución. Delicia total que empieza desde la primera mirada y olfateada para la fantasía de cómo será el sabor, para luego constatar en la primera cucharada que es mejor del que uno se imaginó. Ahí es donde radica su peligro al finalizar de comerla, en el deseo inmediato de volver a probarla, y la probable adicción a su sabor.
Ahora sí me interesé por esta comida rápida y empecé a indagar y conocer sobre ella y comprendí por qué hay tanto adicto a este plato, es que hay muchas variantes cada una dependiendo de la creatividad del chef; es más, hay una que llaman salvaje o salvajada que no me quiero imaginar.
Admito haberla probado en 4 ocasiones más, y hasta me permití solicitar una de las variantes y me gustó más que la primera. Doble peligro. Por esa razón, cierro la ventana de mi cocina que colinda con la de ellos, para que esos aromas no entren a mi morada y perturben mi atávica dieta heredada de los ancestros: arroz, proteína y ensalada.
Hace poco hubo en la ciudad en la Plaza de la Paz el Festival de la Salchipapa en el que se presentarían muchísimas creaciones, y fingí demencia esos días para no caer en la tentación de ir hasta allá y pecar en el acto pagano de saborear sin pena un platillo más de la gastronomía criolla.
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