El fariseísmo, como estilo de vida basado en la perfección según normas estrictas, ese que cree no tener ni una sola mácula porque siempre ha actuado de acuerdo con reglas bien definidas y asumidas (Lucas 18,9), no solo es una mentira que se cuentan a sí mismos, sino también una fuente de crueldad hacia los demás (Hechos 7,54-60). El fariseo considera que el premio a su esfuerzo por cercenar parte de su humanidad, en nombre del cumplimiento de normas inhumanas, es poder exhibir al otro como un imperfecto merecedor de todas las condenas posibles (Lucas 18,11-12).

Creo que Jesús de Nazaret desenmascaró la inutilidad, la perversión y la falsedad (Mateo 23,27-28) de este estilo de vida. Él sabía que la felicidad plena no es una conquista, sino un regalo. Comprendía que esas reglas frías y calculadas son demasiado estrechas para contener el impulso destructivo del ser humano, y a la vez, demasiado pesadas para la frágil columna que nos mantiene en pie. Tenía claro que la plenitud no se encuentra en el cumplimiento de normas, sino en la gratuidad de un amor que nos acoge y nos impulsa a ser más bondadosos con todos. Por eso solo invita a vivir desde el amor, desde la gracia, desde la aceptación de la vulnerabilidad que somos, y a buscar ser como Dios: todo generosidad y entrega (Mateo 5,48).

Me impresiona que algunos actuales discípulos de Jesús hayan encajado su experiencia de fe en moldes fariseos, olvidando vivir en el amor y en la gracia, y creyendo que lo importante es el cumplimiento de normas que cada día se vuelven más abundantes. Por eso, corren el riesgo de convertirse en museos que testifican tiempos idos, o en entretenimientos emocionales que los sumergen en un trance que les impide asumir con responsabilidad sus propias vidas. Insisten en imponer sobre los otros cargas que encorvan, atan y destruyen, aun cuando ni ellos ni sus antepasados pudieron con ellas: “¿Por qué desafían ustedes a Dios imponiendo sobre estos creyentes una carga que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos podido llevar? Al contrario, creemos que somos salvados gratuitamente por la bondad del Señor Jesús, lo mismo que ellos” (Hechos 15,10-11).

El discipulado de Jesús es una experiencia de libertad ante las cosas, de generosidad con quienes necesitan, y de tenerlo a Él como referente fundamental de la vida. Es lo que Jesús propone al fariseo que, a pesar de cumplir todas las normas, desea ser feliz —ganar el cielo, en el lenguaje religioso de la época—: “Jesús lo miró con cariño y le contestó: ‘Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres…Luego ven y sígueme’” (Marcos 10,21).

@Plinero