Eidos, la revista de filosofía de la Universidad del Norte publica desde su número 44 una sección dedicada a los estudios literarios. Lo que sigue es el inicio del editorial que escribí para el dossier Letras del mar afrocaribe, con que se abre esta nueva etapa.
¿Qué es el Caribe? No importa cuánto crea haber leído sobre el tema, al intentar responder esta pregunta, siempre podré decir, como le pasaba a San Agustín con el tiempo: «si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro».
El crítico literario uruguayo Ángel Rama creyó vislumbrar su compleja naturaleza en los intersticios de su reflexión sobre el concepto de transculturación acuñado por Fernando Ortiz: «es el Caribe el mar interior americano donde se han insertado las plurales manifestaciones del universo entero y que, sin embargo, dentro de la confusión y la mezcla, ha elaborado rasgos privativos que le confieren unidad». Pero, ¿cuáles son esos rasgos privativos más allá de la confusión y la mezcla?
«Caribe», palabra furtiva que en sus albores taínos pudo significar algo parecido a «gente fuerte», luego de la llegada de los españoles fue como decir «indio bravo». Desde entonces, ha sido una palabra en busca de su significado, una palabra de lucha, de encuentro, de resistencia. De hecho, más que una simple palabra, «Caribe» ha sido un acto de fe, un intento semiológico por asir una realidad inasible, multicultural y plurilingüística. Una región dinámica, desmesurada, desprovista de límites precisos, es lo cierto, pues todas las culturas del planeta, todas las grandes civilizaciones, todos los imperios, han pasado en algún momento de la historia por este cruce de caminos, y han dejado su impronta, de una forma o de otra.
En su cálida cuenca de cuerpos desnudos, curvada en el ansioso deseo de negarse a sí misma, como una moderna superstición, taínos, taironas, caribes y otros pueblos, vieron llegar el cataclismo del fin del mundo que siguió a las naves de Colón, al pillaje de piratas ingleses, de corsarios franceses, a la depravación de bucaneros de las Antillas, de filibusteros de la Tortuga.
Ese drama humano se vivió en el Caribe más que en ningún otro sitio, eso es innegable. Allí ocurrió el mal llamado Descubrimiento, se inició la conquista, la destrucción de las Indias, allí se inauguró la academia de los aventureros del Nuevo Mundo. «La violencia con que fueron ensanchándose los horizontes, empujó a los hombres por el camino de la audacia temeraria». Todo hombre o mujer notable de Europa, se vinculó indefectiblemente a la aventura central del Caribe.
Gabriel García Márquez, uno de sus escritores emblemáticos, dijo una vez que el Caribe constituía en realidad un solo país, un enorme e indescifrable país, que no era de tierra, sino de agua. Un mundo donde la realidad de sus criaturas, el medio natural y su cotidianidad se entretejían en una simbiosis extraordinaria. «Y en medio de ese mundo existe además la fuerte influencia de las mitologías traídas por los esclavos, mezcladas a la mitología de los indios del continente y a la imaginación andaluza».
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