Lo de Junior al mando de César Farías ha sido un fracaso. Sin adjetivos porque no lo necesita. Se perdió en lo deportivo, en lo económico, en el gusto del Juniorismo.
Desde su llegada hace 10 meses, Junior estuvo más lleno de declaraciones destempladas, de preguntas respondidas con piedras en la mano, de suma de puntos sin más, huérfano de fútbol y con cuatro eliminaciones al hilo.
El fracaso (malogro, resultado adverso, suceso lastimoso, inopinado, funesto, caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento) contiene todo eso que define la Real Academia de la Lengua Española sin explicaciones rebuscadas.
El técnico Farías nunca pudo montar un equipo base, Junior fue un equipo que, más que alegrías, produjo disgustos, unos puntos sumados que sirvieron de simple anécdota, cuatro eliminaciones en cuatro intentos en Liga, Copa y Sudamericana, un estadio vacío en cada fecha y un equipo reventado física, deportiva, emocional y económicamente.
Declaración como en la última eliminación, después de perder dos veces sucesivas con Medellín, sobre que “tengo un contrato firmado y mañana volveré a levantarme con el mismo entusiasmo a trabajar” tan banal, tan elemental, que contrasta con los que verdaderamente saben lo que es levantarse para trabajar para poder comer como el albañil, el chofer de bus o taxi o el vendedor de frutas, que cada mañana deben hacerlo así estén enfermos para ganar un jornal o un salario mínimo lejos de los millones que gana Farías. 10 o 20 mil o 30 mil pesos por día y tienen que levantar la pared, hacer la tarifa mínima, vender las frutas porque si no dan resultados, los echan.
Lo del Junior, con Farías al mando, fue un fracaso a secas. Y si Didier Moreno, en rueda de prensa al lado del entrenador venezolano, no tuvo el valor de reconocer el fracaso, que nos demuestre, entonces, cuál es el éxito de este equipo que fue, crónica de un desmadre anunciado…