Lo que ocurrió con Miguel Uribe Turbay es tan espantoso como alarmante. Hace más de 30 años Colombia no pasaba por algo así. No solo porque un congresista y un precandidato a la presidencia fue víctima de un atentado a plena luz del día, sino porque quien disparó fue un menor de edad. Un joven que, según las investigaciones, habría solicitado 20 millones de pesos para acabar con la vida de un ser humano, de un papa, de un esposo, de un hijo. No fue un niño confundido, ni mucho menos instrumentalizado. Sabía exactamente lo que hacía.
Este caso, que sacude al país, pone en evidencia dos cosas que preferimos no ver: un país peligrosamente dividido por el odio político y una situación de inseguridad que no da espera. Pero, además revive un debate urgente que no podemos seguir aplazando: ¿desde qué edad debería una persona responder penalmente como un adulto?
Durante años he defendido las garantías del debido proceso, los derechos del acusado, la necesidad de no ceder ante la tentación del populismo punitivo. Pero hay temas donde el realismo debe primar sobre la teoría, y este es uno de ellos. El sistema penal adolescente no está preparado para enfrentar casos como este. ¿De verdad creemos que unos años de sanción sin ningún tipo de antecedente penal, son una respuesta proporcional para un asesinato premeditado? ¿Somos conscientes de que este joven, al no quedar con antecedentes, podría incluso aspirar a la Presidencia dentro de unos años?
No se trata de criminalizar la juventud ni de caer en el facilismo de bajar la edad penal por todo y para todos. Pero sí es momento de exigir responsabilidad proporcional en casos graves como el homicidio, el secuestro o la extorsión donde desafortunadamente hay menores perpetuándolos. Si un menor de 15, 16 o 17 años actúa con frialdad, planificación y conciencia plena de su crimen, ¿por qué debe tener un tratamiento penal tan radicalmente distinto al de un adulto?
El Congreso tiene que actuar. No podemos seguir en manos de un sistema que protege al victimario mientras revictimiza a la sociedad entera y genera el escenario perfecto para la reiteración. Lo que pasó con Miguel Uribe Turbay no es solo un ataque político. Es un llamado desesperado a revisar qué tipo de país estamos construyendo.
Desde aquí, toda mi solidaridad con Miguel Uribe Turbay y su familia. Ningún ser humano, sin importar su ideología, merece pasar por un acto tan cobarde y atroz, lo que ocurrió es un síntoma de un país enfermo de odio. A Miguel, fuerza y a su familia, todo el respaldo y la empatía en estos momentos tan difíciles.
@CancinoAbog