Nosotros, los samarios, no somos así de violentos, no somos unos ciudadanos a los que se nos pueda tachar de maleducados, vulgares, agresivos, o malos anfitriones. Por el contrario, el país y el mundo nos reconocen como ciudadanos amables, educados, respetuosos, buenos anfitriones y, en especial, por ser una ciudad en la que se habla muy bien el español.
Los aficionados del Unión Magdalena hemos sido siempre, desde el siglo pasado, respetuosos de los colores de la bandera y la camiseta, la insignia por encima de todos los equipos del mundo; y, también, responsables con la seguridad y la vida del rival, una bandera para respetar que sólo puede ser derrotada con buen fútbol.
Las barras bravas eran las tamboras de Pescaíto, El Cundí, La Calle de los Troncos, Manzanares, cada barrio improvisando versos sobre la base del pitán pitán que distingue a nuestra tambora, para apoyar a la camiseta azulgrana en su gesta heroica en el terreno de juego. La barra más brava era la que mejor sonaba sin parar en los 90 minutos haciendo música para que nuestros futbolistas jugaran con alegría.
Me afectó enterarme de lo sucedido en el estadio de fútbol Sierra Nevada de Santa Marta, en los que un grupo de espectadores invadió el terreno de juego ante la frustración de ver perder a su equipo y persiguieron a los jugadores del Unión Magdalena, con la clara intención de descargar en ellos la furia que sentían, lo cual ha podido derivar en cualquier tragedia.
No es un hincha quien actúa así, eso se llama conducta sociopática, y es un trastorno mental en el cual una persona no es capaz de discernir entre el bien y el mal, e ignora que las otras personas tienen sentimientos y derechos, por lo que no sienten culpa ni remordimiento sino, más bien, una especie de arrogancia.
Por tanto, la mejor forma de acabar con ese flagelo no es mediante el enfrentamiento ni la represión, eso empeora la situación; es mediante un proceso de educación que empieza por conocer la historia del equipo en paralelo con la de Santa Marta, para que sepan por primera vez a qué equipo apoyan y en qué ciudad viven.
En nombre de los que conocemos al glorioso Ciclón Bananero desde los años 50 del siglo pasado, les recomendamos que, así como entraron gratis y con armas al estadio, vayan donde las personas que los invitaron y soliciten ser educados en lo que es realmente esta institución sagrada para nosotros los aficionados mayores que les llevamos más de medio siglo de amor incondicional a la camiseta azul y roja, con la que hemos reído y llorado, pero siempre con la elegancia y buenas maneras que nos distinguen como samarios.
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