Conozco a Gustavo Petro hace unos 30 años. En el M-19, en efecto, no fue uno de sus principales líderes. Alfonso Jacquin, compañero de aventuras socialistas y testigo de mi boda civil, fue más descollante. Fue Alfonso quien planteó a Álvaro Fayad la temeraria idea del Palacio de Justicia.

En 1991, la Alianza Democrática M-19 en Cundinamarca lo hizo representante. Formó bancada con Manuel Espinosa (q.e.p.d.), que encabezó la lista de Atlántico. Yo fui segundo.

En 1994 y 1997, tuvo unos duros reveses en Senado y Alcaldía de Bogotá que eran como para abandonar la política electoral. Varios en Barranquilla lo acompañamos en su intentona de Senado en 1994. Una noche, Antonio Peña y yo lo visitamos en Bogotá y nos pidió que habláramos con Carlos Alonso Lucio para que lo apoyara, pero Lucio (quien fue primera votación a la Cámara por la capital) se negó.

Volvió a la Cámara por Bogotá en 1998. Antonio Navarro lo situó de segundo en su lista. Héctor Pineda contó que repartían mangos con esta consigna: “No se deje mangonear”. Lograron la más alta votación. En 2006 se postuló al Senado. Quiso que fuese su fórmula a la Cámara. No pude. Fue Pedro Lara. Cristóbal Padilla y las hermanas conformaron el grupo de campaña. El “padillismo”, decía Lara.

En 2010 fue por primera vez presidenciable y conversamos unos minutos en la Universidad del Norte, donde se escenificó un foro programático.

Cuando fue alcalde de Bogotá lo entrevisté a mediados de 2012 en el Palacio Liévano para EL HERALDO. Pagué mi pasaje de avión y el hotel.

En 2018, yo financié un foro de presidenciables en el Hotel El Prado donde él participó, también su alojamiento ahí mismo con Verónica Alcocer, y unos amigos pagaron los tiquetes aéreos. En 2022 no lo respaldé porque impuso en 2019 a su hijo como candidato a la Gobernación del Atlántico para asegurarle la credencial de diputado y le dio roles que Nicolás usó delictivamente.

Gabo dijo que todos tenemos una vida pública, una privada y otra secreta. No es nuevo el tema de las desapariciones de Petro del que habló el excanciller Álvaro Leyva. Y fuentes muy cercanas a él han comentado el gusto por la cocaína y el alcohol. La diferencia de él con Armando Benedetti es que éste sí ha confesado sus adicciones. Prefiero un Petro que se admita imperfecto a uno que esconda sus debilidades. Entre las cuales incluyo su dudosa solvencia de gerente público. A la vez, nadie puede negarle sus atributos de orador y político sagaz. Bateman no creía en el mito de los hombres perfectos. Tampoco el Papa Francisco. Churchill fumaba compulsivamente, era alcohólico, depresivo, y fue un estadista colosal.