Si se cumplen las cábalas de los analistas, el Congreso que elegiremos hoy será el menos diverso en mucho tiempo. Las fuerzas alternativas, todas de izquierda, no la tienen fácil. Dos de sus listas no tienen asegurado el umbral; la otra quizá tan solo mantenga los escaños que ya posee.

Es infortunado, pues el Congreso representa mucho mejor la pluralidad del país que el Ejecutivo. En pleno siglo XXI, Colombia sigue bajo una especie de Frente Nacional. Al igual que en el siglo pasado, el poder se ha alternado entre dos bandos supuestamente contrarios, pero tan del establecimiento el uno como el otro. A ocho años del gobierno de la seguridad democrática siguieron ocho años de un gobierno salido de las entrañas de su antecesor.

Y existe una buena probabilidad de que los próximos cuatro años sean más de lo mismo.

Teniendo en cuenta que la alternativa con más posibilidades de éxito es el salto al vacío de la extrema izquierda, sospecho que la mayoría de la gente preferirá más de lo mismo. En el fondo, el electorado colombiano es bastante conservador. Justamente por eso son necesarias las voces alternas en el Congreso. Las democracias, como las juntas directivas, los equipos de fútbol o los grupos de trabajo, se robustecen cuando cuentan con multiplicidad de talentos y puntos de vista. No lo digo por un fetiche con la ‘diversidad’ en sí, usualmente entendida en términos étnicos, raciales o de género, como reza el credo actual de lo políticamente correcto, sino por razones más pragmáticas. Para que un colectivo humano pueda desarrollar mejor su potencial necesita que a su interior haya contradicciones. El mejor amigo no es el que le da la razón a uno en todo, sino el que le dice la verdad en la cara.

El poder, sin contradictores, no tiene contrapesos. Los últimos dos congresos, atolondrados por la mermelada, fueron triste ejemplo de ello. No hay quien cuestione dogmas, ni quien denuncie malos pasos. Un parlamento de amigotes termina siendo, inexorablemente, un parlamento de cómplices.

Por eso me preocupa un Congreso sin matices, compuesto abrumadoramente por los partidos tradicionales y sus disidencias, que, si bien algunas de ellas se consideran de oposición, no puede decirse que no sean parte del más arraigado ‘establishment’.

Por cierto, de confirmarse estos pronósticos, puede ocurrir que, a pesar de que el país tiene una izquierda democrática madura, con figuras que han ocupado puestos elevados, la ex guerrilla armada, gracias a las curules que le otorgó el acuerdo de paz, quede como la mayor fuerza de izquierda en la primera legislatura del posconflicto. Una pésima señal.

Un buen gobierno necesita una buena oposición. Si la Presidencia queda en manos de los partidos tradicionales o sus disidencias, no la tendrá con un Congreso tan homogéneo. Si la gana el candidato matemático, le pasará lo contrario, que tendrá un parlamento demasiado ajeno. Si el elegido es el candidato ‘antiestablecimiento’, poco importará el Congreso, pues, como él ya dijo, lo primero que hará será buscar una asamblea constituyente.

@tways / ca@thierryw.net