Si se interpreta la idiosincrasia como la manera particular de pensar, hablar, sentir y actuar de una persona, o de una comunidad, que la distingue de las demás, es cada vez más normal que muchos pueblos se escuden en ella para disculpar y justificar lo que es adquirido por costumbre más que por convicción, y que en la mayoría de los casos va en detrimento de la imagen de una región o de un país.
Por hábito, nuestra idiosincrasia siempre se ha movido en un círculo vicioso que no ha contribuido mucho a posibilitar la unidad de los ciudadanos hacia un objetivo común de bienestar, sino que los envuelve y confunde en opciones de comportamientos que poco aportan a la formación de una verdadera y constructiva identidad.
Para muchos, la idiosincrasia es congénita y no puede transformarse, y por eso, con la excusa de que ya es una tradición, se mueven con la misma facilidad entre lo legalmente definido y lo ilegal, lo éticamente conveniente y lo que no lo es, entre la mesura y la desfachatez, hasta el punto que ya esas acciones heredadas se han vuelto tan habituales que tienen gentilicio registrado, y con orgullo se promueven como sello de identificación y justificación, como la ‘costeñidad’ o la ‘macondianidad’.
Cuando un país celebra, como algo extraño, que un ciudadano devuelva un dinero que alguien extravió, o que se tenga que pagar por adquirir información que ayude a resolver una injusticia o corregir un acto de corrupción, o que por indiferente nadie se solidarice con el otro.
La idiosincrasia no se gesta desde lo folclórico, ni desde la pasión, sino desde la inclinación voluntaria que nos impulse a mantener una actitud solidaria y positiva, no solo por compromiso o porque nos corresponda, sino por natural temperamento y carácter a la hora de actuar como una manera de ser propia del individuo, donde no solamente se saque a relucir la idiosincrasia como excusa de un mal proceder o de arraigadas costumbres en nuestra cultura, de considerar como usualmente correcto lo que no se debe hacer y que puede resultar en grotescos y repulsivos episodios que afectan una buena relación de amistad y un adecuado desempeño dentro de la sociedad.
Reciban, sin excusas y en armonía a nuestra idiosincrasia de la buena, un cordial saludo, de su compañero y amigo.
Roque Filomena