Un árbol de olivo, sembrado hace cuatro décadas, permanece como el testigo silencioso de una de las mayores tragedias por consumo de alcohol adulterado en Barranquilla, pues sus cuidadores originales, quienes se regocijaban en su sombra y barrían las hojas que desprende de su frondosa copa, hace 21 años que fallecieron justo después de celebrar en torno a él.
Julio Gutiérrez —quien falleció a los 63 años— y su esposa Cristina Palacio —de 46 años al momento de morir— eran los dueños del terreno donde está sembrado el olivo, sitio que era la casa de la pareja, la cual se había llenado de amigos para festejar un Día de las Madres, con mucha música, comida, risas, baile y alcohol.
Un trago adulterado, con cada sorbo, los condujo a su terrible fin unas horas después: fallecer en la sala de urgencias del Hospital General de Barranquilla.
La casa estaba localizada en la calle 24 #29-98, en los límites entre Rebolo y San Roque, pues los recibos públicos de unos vecinos los identifican de un barrio o de otro, dependiente de la cuadra.
En los últimos años, el predio fue vendido por los hijos de la pareja y posteriormente se demolió para convertirse en una bodega, dejando una pared gris y rugosa donde antes quedó un hogar que se ensombreció por la tragedia.
Según recopiló EL HERALDO en su edición del viernes 14 de mayo de 2004, 17 personas fallecieron durante esa celebración en la ciudad, por el consumo de la bebida adulterada.
Y es que tras el domingo de fiesta, el lunes y martes fueron caóticos en el Hospital General de Barranquilla y su cuerpo de médicos y enfermeras, debido a que llegaban –en oleadas– personas en extrema agonía, perdiendo el sentido y con la visión borrosa. La situación escaló hasta tal punto que, para el viernes, además de los fallecidos, todavía permanecían en UCI 23 personas en siete centros asistenciales.
De ese grupo, algunos quedaron con su vista comprometida de por vida, como una de las principales secuelas.
Un trago nada más
El pintor automotriz Luis Alberto Celín González tiene 65 años, de los cuales 35 ha vivido en su casa justo al lado de donde está sembrado el olivo y fue vecino de toda la vida de Julio y Cristina. Con ellos compartió fiestas y parrandones. Incluso, tomó de la misma copa y de los mismos tragos que la pareja y estuvo sentado en la terraza junto a ellos, debajo de este árbol.
“Me levanté y encontré que estaban ahí en la terraza sentados, o sea, pasándose un rato ameno y divirtiéndose, tomando trago. Todo pasó; la cosa iba normal hasta que llegó la madrugada al día siguiente. Y cuando se llevaron al señor Julio y a Cristina para la clínica, se los llevaron graves. Después llegó la noticia de que habían muerto”, contó a esta casa editorial mientras terminaba un pocillo de café, en cada sorbo saboreando el recuerdo y el dolor del fallecimiento.
Luis Alberto es un hombre sencillo. Su camisa, con el estampado de unos pinos de boliche, está completamente manchada de la pintura que por tantos años ha empleado para pintar carros y llevar el sustento a su casa. No es que no se dé sus gustos y sus escapadas; le gusta tanto un trago de whisky como una botella de cerveza y en su juventud fue buen jugador de fútbol. Eso lo apasionaba y, vista la historia, hasta le salvó la vida.
Y es que aquel domingo de mayo, en pleno Día de Madres, solo le aceptó un trago a su vecino Julio y luego partió raudo a Soledad, donde lo esperaban para un inaplazable encuentro futbolístico, ambientado por unas respectivas canastas de cerveza.
“Un solo trago me tomé, no más, pero hasta ahí porque me fui para la calle y no regresé. Entonces, no me quedé ahí en la rumba que tenían. Me fui para Soledad, teníamos un partido (de fútbol) por allá en una cancha y ahí me quedé tomándome unas cervezas y cuando ya vine, ya no tenía más ganas de seguir (tomando alcohol), me quedé quieto”, recordó.
Julio y Cristina, en compañía de otros comensales, algunos de los cuales Luis Alberto no conocía, siguieron por horas alternando risas, cuentos y bailes con trago. “Ellos siguieron, pero en la mañana se pusieron mal. A mí nunca me vinieron a preguntar”.
Entre esos invitados se encontraban un celador y su esposa, quienes cuidaban un taller cercano a la casa y que ese día se sumaron a la reunión: “También se los llevaron al Hospital. A ellos más bien les afectó la vista, pero se recuperaron”.
Con el tiempo, Luis Alberto les perdió la pista. Dijo que la última vez que vio y supo algo del celador fue unos meses antes del confinamiento obligatorio por la pandemia del covid-19.
“Lo último que hablamos, un día que me lo encontré por la calle, es que se había mudado por los lados del parque Almendra. Hoy no sé si está vivo o ya murió o si quedó mal de la vista. Tampoco sé nada de la esposa que lo acompañó esa vez”, agregó.
Se apagó la música
La noticia de la muerte de Julio y Cristina asaltó al pintor mientras hacía su oficio en el taller: “Bueno, estamos trabajando y, pues, llegaron con la noticia: ‘¡Se murió el señor Julio, se murió la vecina Cristina!’. Todos nos quedamos fríos, pues, porque ya unos eran vecinos que los conocíamos hace rato”.
El recuerdo de Julio y Cristina bajo el olivo que cuidaban se le quedó metido en la memoria a Luis, quien al mismo tiempo todavía tiene en el recuerdo el sabor a muerte del único trago que bebió ese fatídico día: “Eran unos buenos vecinos. No había problema con ellos ni nada. Sí, les gustaba la rumbita, pero eran buenos vecinos”.
Julio, quien era más cercano a Luis Alberto, era un rumbero empedernido, veterano en la vida y las lides del bailador. Nunca nadie se preguntó de dónde conseguía el trago que servía; al final nunca había sucedido nada y no había indicios que llevaran a sospechar en esa fiesta ni en ninguna de las muchas otras que la antecedieron.
“A él le gustaba toda clase de música. El señor tenía 67 años, pero era muy activo y le gustaba la música y la vaina. Yo no supe de dónde salió el trago, porque nosotros siempre, todos los años, nos reuníamos y tomaba su whisky, que porque él era de whisky, pero, ajá, uno no sabía ni de dónde venía el licor ni nada de eso”, recordó.
La música de Julio y de Cristina se apagó de manera trágica, pues la bebida que consumieron en medio de la sed de celebración les cegó la vida. Más de dos décadas después, la historia se repitió esta semana, como si fuera un llamado a la reflexión, un grito de advertencia ante una costumbre que se tiene que acabar en Barranquilla antes que esa costumbre acabe con más gente en cada fiesta.
Las 17 víctimas del alcohol adulterado
Las 17 víctimas mortales reportadas por las autoridades durante aquella emergencia por licor adulterado, durante el Día de la Madre de 2004, fueron: Víctor Castro, Cristina Palacio, José Gutiérrez, Julio Gutiérrez, Luciano De Alba, Luis Leal, Edilberto Manga, Miguel Caballero, José Aguilar, Pablo Muñoz, Juan Gómez, José Pérez, José Díaz, Octavio De La Rosa y José Miranda. Además, hubo dos NN: uno masculino y otro femenino.
La historia de la familia Rambao, entre los amargos recuerdos del primer caso de intoxicación en la ciudad
Los años han pasado desde aquel septiembre de 1989, sin embargo, en la memoria de Orlando Rambao siguen intactos de los recuerdos del día que la vida de su padre Carlos Rambao cambió a causa de una intoxicación con licor adulterado.
“Era normal que después de trabajar se encontrara con dos o tres amigos y fueran al Boliche por ese trago barato. Nadie preguntaba de dónde salía, lo importante era que alcanzara para todos”, recordó el hombre en diálogo con esta casa editorial.
Pero aquella normalidad escondía un peligro mortal. Varios de los compañeros de su padre murieron en pocos días tras consumir ese licor adulterado. Él, aunque sobrevivió, perdió la vista para siempre. De tal modo que no pudo ser testigo del crecimiento de sus hijos y el nacimiento de algunos de sus nietos.
“Tuvo más suerte que los demás, porque aunque quedó ciego, vivió para contarlo. Otros nunca regresaron del mercado”, rememoró Orlando.
La llamada que alertó a la familia aún le retumba en la memoria: “Su papá está mal, venga ya”. Y al llegar al antiguo Hospital de Barranquilla, lo encontró débil, diciendo que ya no veía nada.
“Fue muy duro, porque mi papá era un hombre activo, que viajaba en bus con la botellita en el bolsillo, y de un día para otro dependía de nosotros para todo”, relató.
Con poco más de sesenta años, la vida de su padre cambió drásticamente: “Mi mamá fue su apoyo, y nosotros sus ojos. Él nunca volvió a ser el mismo, pero al menos quedó la posibilidad de escucharlo contar su historia. Eso no lo tuvieron los amigos que enterramos”.
Décadas después, Orlando mira con preocupación cómo la historia se repite en el mismo lugar donde todo empezó, puesto que El Boliche sigue siendo escenario de ventas ilegales de licor artesanal, ofrecido a bajo precio entre el ajetreo del mercado.
“Es triste, porque uno pensaría que las muertes de esos años habrían servido de lección, pero no. El trago adulterado sigue ahí, matando gente. Y yo lo viví en carne propia”.
A pocas cuadras de la residencia de Orlando, en el corazón del barrio Las Nieves, un equipo periodístico de EL HERALDO conversó con un hombre de 66 años que contó sin rodeos cómo durante décadas hizo parte de una práctica común en su comunidad: consumir ‘cococho’, un licor artesanal ampliamente comercializado en la zona.
“Empecé a tomarlo a los 18. Nunca me pasó nada, gracias a Dios”, dijo el hombre, quien no reveló su identidad y quien agregó que las recientes muertes por licor adulterado lo llevaron a dejar el hábito.
En este tradicional barrio de Barranquilla, una botella de ‘cococho’ se puede conseguir en cinco mil pesos, muy por debajo de los $50 mil de un licor de marca.
Según contó este hombre, las botellas circulan en el barrio como si fueran legales: selladas, con marca, y distribuidas a través de redes informales basadas en la confianza.
“Ellos saben a quién se la venden, va uno y la compra, pero no a todo el mundo se la venden”, puntualizó.
El estado de salud de los intoxicados
Este sábado, la Alcaldía de Barranquilla confirmó que ningún paciente intoxicado por licor adulterado que sigue en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Nuevo Hospital Barranquilla y el Camino Adelita de Char presenta diagnóstico de muerte cerebral.
En la red pública distrital han sido atendidas 25 personas, de las cuales 10 permanecen en UCI, 7 en hospitalización, 2 han sido dados de alta y 6 fallecieron en los diferentes centros de salud; a estos se suman las otras 5 personas fallecidas encontradas en vía pública y reportadas por la Policía Nacional.
Agregó que los afectados “han recibido atención sin barrera y han sido manejados conforme a los criterios médicos establecidos en los servicios de internación o unidades de cuidados intensivos (UCI)”.