En los recovecos de su memoria persiste —y añora— la imagen del arroyo León como una especie de tierra prometida. Tiene 44 años viviendo a metros del afluente, en El Pueblito. Pasó de gozar de los recursos alimenticios y las tardes recreativas que le otorgó, a padecer los graves efectos de su contaminación.
Yovanni Charris, junto con sus amigos, solían pescar en abundancia peces, entre esos, langostas. Es una imagen vívida en su mente que se ha convertido en un tipo de utopía desde que las aguas transparentes se tiñeron de negro, de contaminación y descuido.
Esta semana fue noticia el alto nivel de contaminación cerca a la desembocadura del arroyo, en Puerto Colombia. Precisamente, la trampa que evita que residuos grandes lleguen a la Ciénaga Mallorquín –donde termina el afluente– vestía extensos metros de basura, por lo que la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA) realizó limpiezas, logrando retirar gran cantidad de residuos sólidos y sedimentos.
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Se tiene el imaginario que este deterioro hídrico es una problemática –presente siempre– que solo la padecen aquellos cuyo diario vivir se ubica cerca al cauce. Pero sus consecuencias a corto y largo plazo son severas y comprometen, además de ecosistemas vitales para el territorio, la calidad de vida de cientos personas en el departamento.
La punta del iceberg
El arroyo León recorre treinta kilómetros desde Galapa, en donde recibe el nombre de Sierra Palma. Ingresa a Barranquilla a la altura de la Cordialidad y sigue su recorrido por Caribe Verde, en donde una serie de tributarios provenientes de los barrios Las Malvinas, El Bosque, La Paz, entre otros, se suman y aumentan su caudal.
Posteriormente, bordea a Alameda del Río; recoge aguas del arroyo Grande y el arroyo Granada en la Circunvalar con Prosperidad; luego se bifurca en dos cauces, uno hacia la izquierda que continúa hacia el Lago del Cisne y otro que pasa por la carrera 51B –al lado de la EDS Papiros–. Más adelante, en jurisdicción del Club Lagos de Caujaral, los dos cauces se encuentran nuevamente y sigue un solo curso hasta desembocar al Mar Caribe. Antes de su desembocadura se encuentra un brazo alimentador de la ciénaga de Mallorquín (ver mapa).

Son 30 kilómetros que recorren tres territorios (Galapa, Barranquilla y Puerto Colombia) con agua contaminada. Agua que bordea hogares y ha sido el hábitat temporal de distintos tipos de animales desde sus inicios.
Para el director del observatorio del río Magdalena de la Universidad del Norte, Humberto Ávila, lo que ha afectado el régimen hidrológico del cauce ha sido la expansión urbana de Barranquilla y Puerto Colombia.
“Esto ha generado altos caudales en épocas de invierno y muy bajos caudales en épocas de sequía, lo cual ha distorsionado su condición hidroecológica”, explicó el encargado.
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Y retribuyó el deterioro del cuerpo de agua y su entorno ecológico a la disposición ilegal de basuras en botaderos a cielo abierto: “Las autoridades han estado haciendo grandes esfuerzos para evitar su mayor deterioro, pero se debe atacar con más fuerza el origen del problema que es la eliminación de botaderos de basura ilegales y las fuentes contaminantes”.
Para el geólogo e investigador de la Universidad del Atlántico, Nelson Rangel, la polución en este cauce es resultado de múltiples factores acumulativos y sistémicos que corresponden a los vertimientos de aguas residuales no tratadas, argumentando que muchas viviendas y establecimientos carecen de conexión de alcantarillado sanitario, lo que conduce al vertimiento directo de aguas negras al arroyo.
También referenció el crecimiento urbano informal y sin planeación; redes de alcantarillado que están conectadas de manera ilegal al sistema de drenaje, generando descargas permanentes y la ausencia de mantenimiento y control institucional sostenido.
Y de acuerdo con Rangel, los materiales que viajan por todo el cauce –como poliestireno expandido, cajas térmicas, bandejas de alimentos, embalajes, aislantes de neveras, colchones, paneles industriales, electrodomésticos, fragmentos plásticos voluminosos y otras mezclas de residuos– tienen tiempos de degradación de décadas, su fragmentación favorece la generación de microplásticos, suelen liberan compuestos tóxicos y alteran los microhábitats acuáticos.
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Igualmente, su contaminación proviene de otras aguas. Así lo recalcó Ayari Rojano, directora (e) de la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA), quien indicó que la red de drenaje de la cuenca del arroyo también recibe aguas residuales que vienen de la planta de tratamiento que atiende al suroccidente de la capital del Atlántico.
“A ello se suman las descargas de otros arroyos que posiblemente transportan aguas residuales sin tratar, así como residuos sólidos, basuras y escombros generadas por el suroccidente de Barranquilla”, notificó.
A su turno, Juanita Aldana, experta en humedales de la Universidad del Norte, señaló que estudios han encontrado en el medio hídrico del arroyo diversos microorganismos, como coliformes fecales y bacterias relacionadas con la salmonela.
“Me impresionó mucho que, cuando llueve, la gente tiene la costumbre de botar toda su basura al arroyo para que se la lleve. Esa costumbre es supremamente negativa porque genera una altísima contaminación”, expresó.
“El agua era clarita”
La “tierra prometida” de Charris se había convertido en la “tierra del olvido” desde que se empezaron a construir edificios a su alrededor. Según el habitante, el deterioro también se debe a un matadero de Galapa. Ahora, todo está “contaminado, demasiado contaminado”, y los más pequeños sufren las consecuencias.
“Hay unos niños que se enfermaron de dengue y esas cuestiones. Pero es por la misma contaminación que hay aquí en el arroyo. El olor es feo, demasiado feo. Es como la alcantarilla, un olor que no se soporta. Porque hace unos años atrás, el arroyo no sacaba esos olores feos. Era pacífico. El agua era clarita”, relató Charris.
Es por eso que no se trata de un problema aislado. “Esto tiene impactos concretos y cotidianos sobre la población barranquillera, especialmente en los barrios del suroccidente”, enfatizó.
Dentro de los principales riesgos (que hoy día son una realidad) se encuentran las inundaciones por la acumulación de sedimentos, basura y escombros; los problemas de salud pública por la presencia de mosquitos y roedores, y la degradación del entorno urbano por la presencia constante de residuos que afecta la calidad de vida.
Pero la problemática también se entraña desde otras aristas, porque en esta escorrentía natural confluye la fauna y la flora.
Según Rojano, es común encontrar diversas especies de aves como garzas, halcones, columbiformes y paseriformes; reptiles como iguanas, lagartijas, serpientes y babillas; y mamíferos como monos aulladores, roedores, murciélagos y chigüiros.
Animales que Charris recuerda haber visto en su niñez: “Había más que todo babillas, pero todo eso se ha perdido porque la gente cuando las veía, les tiraba piedra. También pasaban los conejos, y hasta ponches (término utilizado en pueblos del Atlántico para referirse a los chigüiros). Todo eso se ha perdido”.

Potencial de malecón
En condiciones normales, expertos señalan que el arroyo León posee una importancia ecológica significativa desde una perspectiva hidrológica como ecosistémica.
En su estado natural, amortigua el impacto de las lluvias intensas, controla la escorrentía superficial y contribuye a la recarga de cuerpos de agua costeros. Principalmente, según Rangel, incide en Mallorquín, ya que ingresa agua dulce a la ciénaga, lo que influye en las “condiciones de salinidad, la oxigenación y el balance hídrico”.
A su turno, la directora (e) de la CRA precisó que resulta fundamental para el sostenimiento de otros cuerpos de agua, entre ellos la ciénaga El Rincón (Lago del Cisne) y la ciénaga Manatí, un pequeño sistema costero ubicado en el municipio de Puerto Colombia.
Queda imposible no pensar en un escenario distinto, en donde en este cauce se integre lo urbano con la naturaleza y la sostenibilidad.
En conversación con estos expertos, muchos manifestaron un imaginario en donde el arroyo se convierta en un lugar de encuentro para practicar turismo, recreación o el simple hecho de disfrutar un ecosistema sano.
Adjudicaron la posibilidad de llamarlo parque, como un segundo Malecón del Río, en donde las personas troten o manejen bicicleta y vuelvan las aves y los peces a poblarlo. Y es que tiene las potencialidades.
Hace ya años, cuando no había agua en El Pueblito, Yovanni Charris se bañaba en el arroyo. Dijo que era un agua en la que le provocaba bañarse. Por supuesto, la contaminación era un escenario inimaginable. Venían de cinco, ocho, hasta diez personas, y se sumergían con total tranquilidad en el afluente. Pero hoy ya no, aseveró, con decepción, que ya no.
Las labores desde el nivel institucional para encarar la problemática
Para evitar que residuos llegaran a Mallorquín, se construyó, en la primera administración del alcalde Alejandro Char, una estructura que comúnmente se refieren a ella como “la trampa”. Durante los años, este sector ubicado en Puerto Colombia recibe limpieza de diferentes autoridades ambientales, tales como la CRA. Dicha corporación socializó esta semana un proyecto de $6.000 millones en un tramo de 4,1 kilómetros y tiene como meta retirar más de 90.000 metros cúbicos de sedimentos y 10.000 metros cúbicos de residuos sólidos antes de finalizar el año.
Además, en el 2024, la Agencia Distrital de Infraestructura (ADI) también llevó a cabo las limpiezas en el sector, anunciando que a diario que se retiraban hasta 20 toneladas del cauce.
El experto Nelson Rangel consideró que la trampa representa un esfuerzo importante de mitigación; sin embargo, señaló que la infraestructura está operando en condiciones de colapso.
Por ende, “se requiere más educación ambiental, fortalecimiento de sistema de recolección y vigilancia sobre vertimientos ilegales”.