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Septiembre es un mes en el que muchos en el país tienen su mirada puesta en temas comerciales como la celebración del Día de Amor y Amistad.

Sin embargo, para los amantes de la cultura y en especial de la fotografía, el noveno mes del año indica que es tiempo para valorar el legado del cartagenero Nereo López Meza, maestro de la fotografía, reportero, técnico en proyección cinematográfica, cronista y ante todo un auténtico trotamundos.

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El pasado 1° de septiembre se conmemoraron 105 años del natalicio de Nereo López, marcando el inicio de mes con una efeméride redonda que será celebrada durante los días restantes de este calendario.

Con su lente este fotógrafo costeño se convirtió en cronista visual de un país complejo, plural y en constante transformación. Nacido en Cartagena en 1920, Nereo además de documentar imágenes, se dedicó a construir una memoria colectiva que reveló a la Colombia diversa, olvidada y desconocida.

Su obra, que abarca más de cinco décadas, se convirtió en un archivo indispensable para comprender la identidad nacional. Y no es para menos, ya que fue testigo de los grandes cambios sociales, políticos y culturales, pero también se detuvo en lo cotidiano: las faenas de los pescadores en la Ciénaga Grande, los rostros curtidos de los campesinos, la majestuosidad del río Magdalena y la alegría que representa a los costeños a través de la sonrisa de un niño que recorría solitario la calle.

cortesía y archivo Biblioteca NacionalEn 1982 fue el fotógrafo designado por Colombia para registrar la conquista del Nobel de Literatura de Gabo. Además captó momentos únicos.

Debido a su talento, fue el fotógrafo designado por el Gobierno Nacional durante la entrega del premio Nobel en 1982 al escritor colombiano Gabriel García Márquez, así como el fotógrafo acompañante del papa Pablo VI durante su visita a Colombia en 1968. Además, fue reportero gráfico de El Espectador, El Tiempo, Revista Cromos, O Cruzeiro de Brasil y otros medios nacionales y del exterior.

El cronista visual del país

Nereo López, quien murió el 25 de agosto de 2015 (a sus 94 años), formó parte del célebre Grupo de Barranquilla, al lado de Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y Alejandro Obregón, entre otros. Desde La Cueva donde se refugiaban los intelectuales de aquel entonces, aportó una mirada distinta: mientras los escritores y pintores narraban con palabras o pinceladas, él lo hacía con luz y sombras.

Sus fotografías de las fiestas de San Basilio de Palenque, de las comunidades indígenas del Amazonas, o de los barrios populares de la costa Caribe son hoy documentos de incalculable valor histórico y cultural. En estas se percibe un respeto profundo por los retratados, alejándose del exotismo para mostrar su dignidad y humanidad.

A lo largo de su carrera, Nereo publicó más de 40 libros fotográficos. Su cámara lo llevó a recorrer el país de punta a punta, y en cada viaje buscó captar aquello que no aparecía en los noticieros: la riqueza cultural de los pueblos, sus costumbres y sus luchas. El archivo que dejó es de más de 100.000 negativos, muchos de los cuales reposan hoy en instituciones culturales que trabajan por su conservación y difusión.

Amigo y testigo de su talento

El escritor cataqueño Eduardo Márceles Daconte, licenciado en Humanidades en la Universidad de Nueva York y máster en Artes del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de California, se convirtió en amigo de Nereo López. Lo conoció en el apartamento del escritor David Sánchez Juliao en el edificio Barichara de Bogotá un día lluvioso de abril en 1978.

cortesía y archivo Biblioteca NacionalEduardo Márceles con Nereo López en NY, 2014.

Sostiene que Nereo tenía un excelente sentido del humor, siempre sorprendía con un chiste oportuno, alguna anécdota de su larga trayectoria como fotógrafo o sus inteligentes disquisiciones sobre política o la vida social colombiana. “Nos hicimos amigos de inmediato, además porque descubrimos que éramos casi vecinos (…) Nos reuníamos a conversar y escuchar música. Nereo era un coleccionista de LP, un tesoro de viejas melodías caribeñas, jazz y clásicos de siempre, pero tenía especial predilección por los boleros, era un excelente bailarín”.

Así como hay cronistas que escriben sobre el encadenamiento de sucesos que tejen la historia de un país, hay también aquellos que la cuentan en imágenes. Si recordamos el socorrido proverbio chino de que “una imagen vale más que mil palabras”, tendríamos que reconocer el valioso patrimonio que significa para Colombia el testimonio visual de un fotógrafo que, como Nereo López, documentó durante más de 50 años la vida, los paisajes, las actividades urbanas, las pasiones, la alegría y las zozobras de nuestra tierra.

Por una carambola del destino, la carrera de administrador de cine que había alcanzado en su edad primaveral dio paso a una vocación escondida que afloró cuando supo que su destino estaba detrás de la cámara fotográfica. Se matriculó en una escuela por correspondencia de Nueva York y se dedicó a escudriñar los secretos de su interés por las imágenes.

Contó Manuel Zapata Olivella que el 31 de octubre de 1946, en la tórrida ciudad ribereña de Barrancabermeja, descubrió un cajón donde Nereo archivaba las fotos que había tomado del río Magdalena, los bogas de frágiles canoas y los lujosos vapores que surcaban aquellas aguas arcillosas con caimanes que se asoleaban en sus orillas.

“Cargado con aquel tesoro −comentó el novelista− deslumbré al jefe de redacción de la Revista Cromos de Bogotá”, este de inmediato contrató al joven desconocido que sería uno de los pioneros de la reportería gráfica en Colombia.

cortesía y archivo Biblioteca NacionalManuel Zapata Olivella, 1983.

En su trabajo tuvo la oportunidad de atravesar el país desde La Guajira donde enfocó el perfil humano de los indios wayúus, hasta el Chocó con sus gentes de ancestro africano; desde los Llanos Orientales donde viven los centauros, hasta los caudalosos ríos amazónicos, y captando escenas cotidianas en ciudades como Barranquilla, Bogotá, Cartagena, Caracas, Río de Janeiro o Nueva York, también de villorrios extraviados de nuestra geografía costeña y andina.

Un hombre polifacético

cortesía y archivo Biblioteca Nacional85a. Nereo López De la serie Transfografías, 1984

Participó en 1954 como actor protagónico y director de fotografía en la filmación de La langosta azul (dirigida por Álvaro Cepeda Samudio y el catalán Luis Vicens), uno de los experimentos cinematográficos más trascendentales puesto que marca para la región el inicio de una de las disciplinas más complejas entre las iniciativas artísticas.

Nereo era un fotógrafo inquieto, decidido a experimentar técnicas novedosas, por tanto incursionó con el “ojo de pescado”, un lente de características especiales por su capacidad de captar un ángulo de 180 grados con el cual exploró el tema del círculo como figura estética.

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También inventó el término ‘Transfografía’ para cobijar uno de sus proyectos más significativos. Se trata de la combinación de imágenes a color como vistas a través de un caleidoscopio aunque sin ningún subterfugio tecnológico, utilizando su destreza con la cámara y los recursos del cuarto oscuro.

Hoy, en tiempos en que la fotografía se ha masificado gracias a los celulares y las redes sociales, la obra de Nereo López adquiere un valor aún mayor. Al cumplirse 105 años de su nacimiento, Colombia recuerda al hombre que, con una cámara colgada al cuello, nos enseñó a mirar de frente nuestra diversidad. Nereo no solo tomó fotos: nos regaló un país en imágenes.