A veces los seres más luminosos se despiden en silencio. Y allí, quienes los amaron descubren el verdadero peso de su ausencia. Así ocurrió este martes, cuando se conoció el fallecimiento del padre Edward Utria Londoño, sacerdote de la Arquidiócesis de Barranquilla, de 52 años, a causa de un cáncer.
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Su partida deja un vacío difícil de nombrar entre sus hermanos sacerdotes, su familia y todos aquellos a quienes les regaló escucha, consuelo y dirección. La enfermedad se llevó su cuerpo, pero no logró borrar su legado.
Para muchos, fue un confidente, hermano y luz en la tormenta. Su sensibilidad como ser humano, unida a su formación como psicólogo, lo convirtieron en ese lugar seguro al que acudían quienes ya no sabían a qué persona recurrir.
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Uno de los que más lo sintió fue el padre Mauricio Rey, director nacional de Pastoral Social, quien compartió una estrecha relación con él desde sus inicios en el sacerdocio. “El padre Edward me impuso como padrino de la Ordenación Sacerdotal de los ornamentos cuando el 24 de febrero del 2007 fui ordenado sacerdote para la Arquidiócesis de Barranquilla en la Catedral María Reina”.
Además de su labor pastoral, abrazó con especial sensibilidad el sufrimiento ajeno. “Como psicólogo, acompañó en los procesos de muchísimos sacerdotes que en algún momento tuvieron crisis sacerdotal, crisis ministerial o crisis acerca de condiciones propias de su persona humana”.
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Su capacidad de comprender sin juzgar lo convirtió en un punto de apoyo para muchos que, incluso dentro de la Iglesia, se sintieron rotos. “El padre Edward era un hombre que supo entender que en medio de las líneas del mundo, el querer de Dios, y pensar en aquel a quien nadie ve. Lo buscaban siempre toda clase de personas para ser escuchados y para ser comprendidos”.
Una sonrisa para el alma
No todos los hombres dejan huella. Algunos pasan, otros se quedan para siempre en la memoria de quienes tuvieron la dicha de cruzarse con ellos. Así fue el padre Edward Utria Londoño, y escuchar testimonios como los de Luciera Ospino, lo confirman.
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Esta feligrés tuvo el privilegio de compartir con él desde sus años universitarios y más tarde en la parroquia Santa Rita de Casia, en Sabanagrande, donde también prestó su servicio pastoral.
“Yo lo conocí en agosto de 1994, cuando iniciamos la carrera de Psicología en la Universidad del Norte. El que lo conoció debe saber que fue una persona maravillosa, expresiva, con una sonrisa única que contagiaba a cualquiera que tuviera alrededor”.
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Antes de convertirse en el sacerdote que muchos buscaron por consuelo, fue también ese joven alegre que llenaba los pasillos de vida. “Edward reíar a carcajadas, y tú a veces decías: ¿pero él de qué se está riendo? Y sin saber por qué, tú también te reías, porque era contagioso”.
En definitiva, era el amigo que todos querían tener. “Siempre estuvo allí para mí: espiritual, emocional, hasta económicamente. En las adversidades yo lo llamaba o le escribía y me contestaba. Un abrazo de Edward era un abrazo único, y ese beso en la frente, cuando me decía ‘mi negra bella’, era algo que te reconfortaba, que te daba paz”.
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Servir sin distinción
Sin duda, en cada misa en Santa Bernardita, donde prestó su servicio en los últimos años, y en cada niño que hoy recibe un plato de comida, vivirá el recuerdo del padre Edward Utria, quien para muchos, fue un verdadero ejemplo de lo que significa vivir el Evangelio con los pies en la tierra y el corazón en el cielo.
“Era una persona llena de alegría, de mucho entusiasmo, siempre apoyando al prójimo, en especial a los niños y a los enfermos, que eran su debilidad”, expresó Edwin Aparicio, uno de sus más cercanos feligreses, quien lo acompañó desde sus inicios en la iglesia Santa Bernardita.
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Su legado no termina con su partida. De hecho, una fundación que llevará su nombre ya está en marcha.
“Él soñaba con ese proyecto para los niños. Él ya lo había comenzado, con niños del Biffi, del colegio La Salle, aquí todos colaborábamos, y él siempre buscaba que no les faltara nada”, contó Aparicio, quien ahora cocina con su esposa para alimentar entre 50 y 70 pequeños, dependiendo del día.
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Los indigentes también fueron parte de su rebaño. Bajaba a las zonas más difíciles del barrio Las Mercedes, acompañado por feligreses y su gran fe. “Mi esposa, que es enfermera, le ayudaba. Y él pedía vendas, gasas, agua, jabón especial, lo que hiciera falta. Movía cielo y tierra para ayudar”.
Y aunque nunca se le vio haciendo exorcismos ni buscando protagonismo en temas del más allá, sus homilías estaban llenas de esperanza. Oraba por las almas, incluso por aquellas personas que nunca conoció en vida, como la madre de su amigo.
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“Siempre me decía que ya estaba en el cielo, que había que tener fe, y oraba por ella en cada misa”, recuerda el feligrés.
Y es que en su momento también era conocido por su peculiar estilo como sacerdote, psicólogo y encargado de atender los casos más extraños y estremecedores que tocaban las puertas de la Arquidiócesis de Barranquilla como posesiones, brujerías, duendes, espantos, y el oscuro mundo del ocultismo.
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El padre Edward Utria no fue un sacerdote cualquiera. Fue un hombre que supo reír, servir, perdonar, y amar sin condiciones. “Él amaba a su familia con los ojos cerrados. Siempre me decía que tenía miedo de dejar sola a su mamá y espero que Dios le de fuerzas a su madre”.
Sacerdocio, una vocación que ejerció con amor
Desde los 14 años, cuando ingresó al seminario Juan XXIII, se dedicó por completo a la vida espiritual.
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Fue párroco de la iglesia Santa Rita de Casia en Sabanagrande, Atlántico, donde durante años acompañó a su comunidad en los momentos más oscuros y también en los más coloridos.
La Arquidiócesis de Barranquilla en cabeza del arzobispo de Barranquilla, Pablo Emiro Salas, también envió sus condolencias.
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“Que Dios consuele a su familia y fortalezca a su comunidad y que la alegría que caracterizaba al padre Edward nos inspire a todos a vivir con esperanza este momento”.