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Su voz encendió las pistas de baile y puso a bailar a toda una generación. Era 2007 y el reguetón estaba en plena efervescencia cuando sonó aquel coro de Tocarte toa, un éxito rotundo al lado de Big Yamo que no tardó en convertirse en himno de fiestas y discotecas, y que, casi dos décadas después, sigue siendo recordado como un clásico indiscutible del género urbano en Colombia.

Pero lo que casi nadie sabe, y lo que ahora asombra al descubrirse, es que la voz femenina que le dio sensualidad a ese hit pegajoso pertenece a una de las mentes científicas más brillantes del país. Sí, la misma mujer que sedujo a millones con su tono provocador, hoy lidera investigaciones de alto impacto desde el Caribe.

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“Desde los cuatro años cantaba, recitaba, actuaba. Además tengo un legado musical como el de mi bisabuelo Pacho Galán”, decía Nataly mientras mostraba algunos laboratorios de la sede ‘Eureka’ de la Universidad Simón Bolívar, donde se desempeña como directora de investigación.

La soledeña siguió trasportándose hacia años atrás para recordar que fue en Cartagena, ciudad a la que llegó a los nueve años tras un traslado laboral de sus padres, y de inmediato se encendió en ella la chispa por los ritmos que venían de fuera.

“Escuchábamos música panameña, traída en cassettes o CD. Mis amigos llegaban con los últimos sonidos que nadie más tenía. Me dejé contagiar por Don Omar, Tito El Bambino”.

Junto a otra joven formó el dúo Las Doncellas, un proyecto coordinado por quien entonces era solo DJ Yamo. Más tarde, esa agrupación derivó en la dupla que daría origen a uno de los hits más virales de la época: Tocarte toa. “Esa canción aún se escucha, y me emociona saber que marcó a tanta gente. Pero mi camino tenía otras inquietudes, y la ciencia me llamaba”.

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La decisión definitiva vino cuando ganó una beca internacional para cursar un doctorado. “Tuve que decidir: o me quedaba en la música en Cartagena o seguía mi carrera profesional. Siempre supe que la música era lo mío, pero entendí que mi propósito iba más allá del escenario”.

Se graduó de química en la Universidad de Cartagena, cursó su maestría, luego su doctorado en química física en la Universidad de Puerto Rico, y al regresar al país comenzó a trazar una carrera que hoy se destaca por su impacto al punto de ser reconocida por la Superintendencia de Industria y Comercio como una de las 50 científicas que están trasformando al país.

Una química que no se apaga

Nataly ha sabido convertir la investigación en desarrollos patentados, protegidos legalmente y pensados para solucionar desafíos reales. “No ha sido de la noche a la mañana. Todo ese tiempo en laboratorios, experimentando, ha sido fundamental. Y ha sido clave también el acompañamiento institucional para proteger nuestras ideas como propiedad intelectual, a través de patentes de invención que hoy representan aportes tangibles a la ciencia colombiana”.

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Desde su formación doctoral, Nataly encontró una obsesión productiva, y fue crear herramientas que permitan anticipar problemas. Detectar antes de que sea tarde. Ya sea en el aire que respiramos o en el agua que bebemos, sus desarrollos buscan convertir cada gota o cada partícula en un dato útil.

“Como científicos, partimos de una pregunta. Hay millones de problemáticas en el mundo, pero uno debe seleccionar una y dedicarle la vida. La mía es el desarrollo de sensores, tanto para la salud como para el medio ambiente”.

Uno de sus logros más destacados es un dispositivo que articula nanotecnología con bacteriófagos, virus que atacan bacterias, para inhibir el crecimiento bacteriano en superficies hospitalarias. En palabras simples, es una innovación que podría reducir infecciones en clínicas y hospitales.

Inspiración a generaciones

Para la soledeña, la reciente distinción de la Superintendencia de Industria y Comercio fue, más bien, una palmadita en la espalda para muchas que vienen detrás.

“Me siento orgullosa, sí. Pero más que eso, me siento motivada. Porque este reconocimiento no solo es para mí, sino para todas esas mujeres que han trabajado durante años en ciencia, muchas veces en silencio, muchas veces subestimadas”, dice.

Desde su laboratorio en el Centro de Investigación de Ciencias de la Vida en la Universidad de Santa Colina, donde desarrolla sensores químicos aplicados a la salud y el medio ambiente, Nataly sabe que puede ser ejemplo para más mujeres.

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La brecha de género en la ciencia, históricamente profunda, sigue siendo un reto y ella es consciente de ello. “Este tipo de reconocimientos ayudan a visibilizar el papel de las mujeres en áreas que históricamente nos dijeron que no eran para nosotras. Desde pequeñas nos hacen sentir que estamos locas por interesarnos en esto. Que mejor sería algo más fácil, más femenino. Pero la ciencia no tiene género”, afirma.

Su mensaje no solo se concentra en sus títulos, publicaciones o las 17 patentes que ya tiene a su nombre. “Yo soy mujer. Soy madre, y hago ciencia”. Para ella, la clave está en no abandonar la pasión, en resistir los estigmas, y sobre todo, en entender que se puede ser científica sin renunciar a otras facetas de la vida.

“La sociedad ha subvencionado, muchas veces, nuestros sueños. Pero si a ti te apasiona un campo como la química, la física, las matemáticas, sigue adelante. No está mal. No estás equivocada”.