Con sus mágicas manos, esas con que escribió verdaderas obras literarias como Fiesta, El viejo y el mar y Adiós a las armas, el escritor y periodista estadounidense Ernest Hemingway tomó una escopeta y jaló del gatillo, para poner fin a su existencia.
El trágico hecho ocurrió un día como hoy, hace exactamente 60 años, en el interior de su residencia en la ciudad de Ketchum (Idaho-EE. UU.). De esta manera el literato culminó con un proceso de destrucción personal que mantuvo atado al alcohol.
Bajo la ruda fachada de masculinidad que construyó a través de su vida y obra –cazador, pescador, taurino y corresponsal de guerra– se encontraban muchos miedos y una personalidad atormentada que había encontrado un peligroso aliado: la bebida.
Su forma de morir contrasta con el coraje que demostraban los protagonistas de sus escritos en las diferentes aventuras que emprendían. Ejemplo de ello fue el viejo Santiago, que domó un pez espada en una lucha de tres días en el mar de La Habana, Cuba. Esta victoria quedó consagrada en la novela El viejo y el mar.
Con aquella historia inspirada en el Caribe se ganó las dos distinciones más importantes de su carrera: el Pulitzer y el Nobel.