Compartir:
lafotodelbeso.jpg

Llegué a La Troja a eso de las seis de la tarde del glorioso día miércoles 21 de diciembre dispuesto a tomarme 'unas frías' viendo el partido decisivo en el cual yo estaba seguro de que mi amado Junior del alma conquistaría su séptima estrella.

Lo primero que noté fue que Edwin 'Guayacán' Madera, dueño del lugar había desechado la tradicional pantalla gigante y había mandado a instalar ocho televisores LCD de cuarenta y dos pulgadas en el primer piso y otros cuatro en la Sala Musical Joe Arroyo del segundo.

Cuando el ambiente estaba entrando en calor y los junioristas trojeros llenaban las mesas y se acomodaban al estilo tribuna, recibí una llamada para que fuera a un importante hotel a hacer unas fotografías de un evento.

- Qué vaina, me dije. Ya me van a joder el partido. Pero como al billete no se le puede decir que no, decidí acudir al llamado. Allí la vaina no estaba tan mal que digamos. Unos cuarenta empleados del Howard Johnson Hotel Versalles, con sus patrones, habían decidido hacer su fiesta de despedida de año de la mejor manera posible: cerveza, cuba libre, picadas, buffet y, obvio…el partido Junior – Once Caldas.

Cumplí con mi trabajo justo a tiempo para acomodarnos a ver el encuentro. Comenzó el primer tiempo y la narración de los locutores interioranos nos incomodó porque no ocultaban su preocupación ante el dominio que el Junior establecía sobre el equipo merengue. Ese zapatazo de Luis Carlos Ruíz al minuto doce que estremeció el horizontal de Henao, también sacudió a todos los televidentes.

Pero el descuido de la defensa en el descuento del primer tiempo, cuando Pajoy le untó vaselina al balón y lo mandó suavemente por encima e Viera, desinfló las llantas del ánimo y la voluntad de toda la hinchada juniorista. Un nubarrón empezó a tapar la estrella siete.

Con el voltaje bajito, tomé mi morral y me escabullí. Necesitaba volver al reverbero de la cuarenta y cuatro con setenta y cuatro a reconectarme con la energía rojiblanca, callejera y efervescente. Llegué justo cuando comenzaba el segundo tiempo. No le cabía un tinto a La Troja. Como pude, entré y le di a guardar mi maletín a Mao Meléndez, el discjockey, y me acomodé de pies en un rincón con una cerveza en la mano.

Danny Tinoco, animaba a través del micrófono a los asistentes y por ratos lograba levantar las aguas calmadas hasta formar pequeñas olas. El ambiente se sentía denso, pesado; hasta que al minuto 58 Carlos Baca puso las cosas en su sitio. Mágicamente aparecieron los tarros de espuma y se formó el arroz con mango revuelto con chorros de cerveza que volaban en círculos bañando a los junioristas enfervecidos.

Es que otra vez la séptima estrella estaba en el mismo cielo donde siempre ha brillado la luna coqueta de Estercita Forero. Baca se había encargado de reinstalarla desde la lejana Manizalez.

Pero parece que el de Puerto Colombia dejó algún cable mal conectado. Eso se entiende porque él es futbolista, no electricista. A los once minutos apareció el paraguayo Beltrán y nos desafinó el bembé. La vaina se puso 4 a 4. El cardiaco desempate por tiros desde el punto penal estaba a la vista.

Pero faltaba una sorpresa más. El árbitro Roldán nos congeló a todos faltando diez segundos para el final pitando un penal a favor del Caldas.

Afortunadamente su auxiliar de la banda derecha lo dejó 'fuera de lugar' levantando la banderola.

Como todos sabemos, vino la lotería que nuevamente ganamos, como ocurrió frente a Millonarios, y ahí si fue verdad que el estruendo de la hinchada opacó los parlantes. Se formó el 'crezcalapila' y ya nadie se pertenecía.

El Grupo Iraka empezó a tocar el Oh, le, le, oh, la, la, Junior, tu papá, los demás valen m…

Protegiendo mi cámara como podía de los chorros de cerveza y espuma carnavalera, buscaba donde guarecerme de ese aguacero de alegría currambera cuando de pronto los vi totalmente abstraídos de la guacherna juniorista. Como decía Corín Tellado, sus labios estaban sellados en tórrido beso. Eran una sola boca.

Nada a su alrededor les importaba. Los ojos cerrados por el amor y la pasión en un momento de éxtasis colectivo pero ignorando totalmente el entorno.

Como un autómata levanté la cámara y la obturé incesantemente. Ni se inmutaron por los destellos del flash. Cambié a modo de video y les grabé por un buen rato y ni siquiera se percataron. Me desconecté totalmente de la celebración y me dediqué a contemplarlos.

No pude evitar en ese momento recordar la icónica fotografía tomada por Victor Jorgensen en la avenida Times Square de Nueva York, el 14 de agosto de 1945, en la que se puede ver a un soldado de la marina norteamericana besando apasionadamente a una enfermera, el día que Japón firmó la rendición en la segunda guerra mundial.

Aquel marino besó a esa enfermera en un arrebato de emoción, sin siquiera conocerla. Pero esta pareja que se estaba besando ante mí, no solo debe vivir un tórrido romance desde hace tiempo sino que se entienden lo suficientemente bien como para ir a disfrutar un partido, uniformados con los colores de su equipo amado.

Ese beso de amor juniorista se prolongó hasta el punto en que me sentí cohibido de estar invadiendo su intimidad con mi fisgonería y los flashes de mi cámara. Decidí seguir mi camino y hacerme el loco ante tal manifestación pasional.

A esta hora, dos y media de la mañana, cuando ya los jugadores del Junior deben haber aterrizado en Barranquilla para iluminarla con su séptima estrella, imagino que este par de apasionados hinchas no se fueron a engrosar la caravana de recibimiento después de la épica batalla librada por los tiburones sino que deben estar en algún lugar muy especial, no solo disfrutando su 'partido de amor juniorista' sino haciendo un merecido y necesario desempate por penales. Ojalá hayan dejado la ventana abierta para que los destellos de la séptima estrella iluminen por siempre su amor. Un amor tierno, dulce, vestido de rojo y blanco.

Texto y fotos: Juan Carlos Rueda Gómez
Especial para El Heraldo
juanruedage@hotmail.com