El Senado de la República le acaba de propinar a Gustavo Petro un enorme golpe político y emocional. La derrota de María Patricia Balanta, su candidata para que fuera magistrada de la Corte Constitucional, evidenció no solo la debilidad de la bancada oficialista, sino que también demostró que Petro ya no intimida, ni asusta, a los congresistas, como sucedía años atrás. Y ello es apenas natural que suceda, porque tanto senadores como representantes están pensando más en el próximo presidente que en el que se va. Para la inmensa mayoría de ellos, cuando apenas les queda una legislatura, Petro empieza a ser un asunto del pasado.
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Eso explica en buena parte la paliza que le propinó Carlos Camargo Assis –respaldado por los partidos de la oposición– a la candidata que contaba con el respaldo de la bancada petrista. La votación final fue de 62 votos por Camargo y tan solo 41 por Balanta. La diferencia fue de 21 votos. Es decir, el esperado ‘voto finish’, que hablaba de una elección apretada entre los dos aspirantes, nunca se dio.
Pero el golpe también fue emocional para Petro, porque jamás había recibido una derrota tan estruendosa en el Congreso. De ahí la ira desatada, tanto de Petro como del ministro del Interior, Armando Benedetti, quienes daban por descontado el triunfo de Balanta. La derrota, pues, golpeó con dureza el ego de Petro.
Y es que a menos de un año de abandonar la Casa de Nariño, Petro considera como una afrenta el hecho de no haber podido llevar su candidata a la Corte Constitucional. Ello explica su reacción de “cortar las cabezas” de los tres ministros que están en el gabinete a nombre de partidos independientes o amigos del Gobierno. Es el caso de Antonio Sanguino (Trabajo-Alianza Verde), Julian Molina (TIC-La U) y Diana Marcela Rojas (Comercio-Partido Liberal).
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Ante la reacción visceral y desmedida de Petro la pregunta que surge es: si Balanta no era su candidata, ¿por qué razón su derrota terminaría costándoles el puesto a ministros y ministras que hacen parte de los partidos políticos que no respaldaron a Balanta? Es apenas obvio que Petro y Benedetti les pasaron una cuenta de cobro a dichos partidos políticos por su “deslealtad” al no votar por su candidata.
La estruendosa derrota demostró también que –contrario a lo que piensan Petro y Benedetti– a estas alturas del partido es más lo que Petro resta que lo que suma. Para decirlo en plata blanca: la foto al lado de Petro en un año preelectoral quita más votos de los que pone. Y eso lo saben muy bien los congresistas, que recorren las regiones todas las semanas. De ahí el arrepentimiento que empiezan a mostrar antiguos amigos del Gobierno, quienes –contra toda evidencia– niegan haber sido petristas. Roy Barreras y Mauricio Lizcano son apenas dos botones de muestra.
De todas maneras no deja de ser injusto Petro con el Senado –en medio de su furia– porque esos mismos congresistas que respaldaron a Camargo votaron en el pasado reciente por los dos candidatos a magistrados de la Corte Constitucional, respaldados por el Gobierno. Es el caso de Vladimir Fernández y Héctor Carvajal. El primero fue secretario jurídico de la Presidencia, nombrado por Petro, y el segundo ha sido su abogado personal en varios pleitos.
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Que Petro explique cómo es que los senadores son fascistas cuando no votan por sus candidatos –como ocurrió con Balanta–, pero son demócratas y justos cuando votan por los aspirantes que respalda. “No podemos ceder a quienes han apoyado el fascismo”, escribió Petro en su cuenta de X, antes de que Balanta perdiera por paliza contra Camargo.
¿Qué significa la elección de Carlos Camargo como nuevo magistrado de la Corte Constitucional? ¿Qué tanto perdió Petro?
¿Se salvó la democracia con la no elección de María Patricia Balanta?
El ex vicepresidente Germán Vargas Lleras había advertido en varias de sus columnas dominicales en el diario El Tiempo sobre el riesgo que implicaba la elección de María Patricia Balanta como nueva magistrada de la Corte Constitucional. No se trataba de una advertencia, ni un cuestionamiento, contra la jurista vallecaucana, sino contra lo que ella encarnaba: la cooptación del alto tribunal por parte del petrismo puro y duro. Y de darse ese escenario, ello comprometería la estabilidad misma de nuestro sistema democrático.
¿La razón de esa advertencia? Al ver el comportamiento dócil y manso de quienes llegaron a la Corte Constitucional a nombre del Gobierno –Vladimir Fernández y Héctor Carvajal– no era difícil pronosticar que algo similar podría suceder en caso de un triunfo de Balanta. No se trató –como Petro y Gustavo Bolívar afirmaron– de cuestionar a Balanta por su condición de negra y mujer.
Ese tipo de afirmaciones hablan de lo mal perdedor que es Petro y de lo intolerantes que se vuelven sus amigos cuando pierden. Bolívar, inclusive, se atrevió a insinuar la posible “compra de votos” en la que habrían incurrido varios senadores del Pacto Histórico. Graves señalamientos que seguramente deberá demostrar en los estrados judiciales.
Fernández y Carvajal, ¿al servicio de Petro en la Corte Constitucional?
El hecho de que sus antecesores hayan incurrido en actos indelicados, como postular a sus secretarios jurídicos en la Casa de Nariño para que fueran magistrados de la Corte Constitucional, no daba patente de corso para que Petro hiciera lo mismo. Todo lo contrario: por haber ofrecido un “cambio” en esas malas prácticas, sus votantes esperaban de Petro un comportamiento más decoroso. No fue así.
Llegó a multiplicar por mil las mañas que prometió combatir. El mejor ejemplo es el comportamiento abiertamente gobiernista de los magistrados Fernández y Carvajal. El primero aparece en el escándalo de la Ungrd, por unos chats suyos con la entonces alta consejera presidencial Sandra Ortiz, hoy presa por esto. Al parecer, Ortiz fue fundamental para la elección de Fernández, quien, como magistrado, se ha apartado de la mayoría de decisiones que afectan al Gobierno en el alto tribunal.
¿Tiene algo que decir Petro sobre la elección de su secretario jurídico por parte del Senado? Un comportamiento afín al Gobierno también asume quien fuera el abogado personal de Petro, Héctor Carvajal.
¿Quiénes traicionaron al gobierno en el Pacto Histórico?
¿Por qué Petro reaccionó de forma tan virulenta cuando conoció de la derrota de Balanta? Una vez aterrizó en Japón, seguramente minutos antes de degustar una deliciosa lechona –de las 10 millones de toneladas que, según él, se han vendido en el estand de Colombia en Osaka– Petro se enteró de la elección de Carlos Camargo como nuevo magistrado de la Corte Constitucional.
“Por ahora mis aliados solo serán los y las que supieron en qué consistía la elección y no decidieron el camino de la traición al presidente y al proyecto democrático”, escribió Petro desde Osaka, ya con un buen plato de lechona en sus manos.
Es probable que justo en ese momento le hayan informado de los “1.300 millones de visitantes” que ha tenido el estand de Colombia y también de las “10 millones de toneladas de lechona” que se han vendido en la feria de Osaka. Pero por qué Petro habla de “traidores” en su trino. ¿Traidores dentro del Pacto Histórico, como también insinúa Bolívar? ¿Quiénes son y por qué lo hicieron? Bueno saberlo.
¿Qué suerte les espera a los proyectos del Gobierno en el Congreso?
La derrota de Petro en el Senado –con su candidata Balanta–es la antesala de lo que se le viene encima al Gobierno en los próximos meses. Rota la frágil alianza que existía con los “traidores” de los partidos tradicionales, que negociaron puestos por votos, Petro verá hundirse buena parte de sus proyectos, entre otros la reforma tributaria (ley de financiamiento), la reforma a la salud y la llamada ley de sometimiento. Todas se hundirán. Punto.
Hoy por hoy Petro y sus aliados no tienen músculo para sacar adelante esas iniciativas. Con el sol a sus espaldas, Petro y Benedetti tienen pocos puestos y contratos que ofrecer, como ocurrió al comienzo de su gobierno con los recursos de la Ungrd, en manos de Olmedo López y Sneyder Pinilla. Ahí salen todos los días nuevos contratos, producto de esa alianza perversa del gobierno de Petro con congresistas.
Lo único que le queda a Petro es la amenaza intimidante de “sacar el pueblo a las calles”, recurso que también se desgastó de tanto usarlo. Petro deberá resignarse a gobernar con congresistas aliados minoritarios, quienes están más preocupados por hacerse reelegir en marzo del 2026 que en apoyar al Gobierno en el 2025. Así funcionan las cosas en el Congreso y Petro –que fue congresista por muchos años– lo sabe muy bien.