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La emoción en la Plaza de San Pedro se había aplacado un poco luego de que la fumata blanca anunciara que los 133 cardenales habían llegado a un acuerdo: habían escogido a un nuevo papa.

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Pasó poco más de una hora luego de que las cortinas rojas que adornaban el balcón de la basílica de San Pedro se empezaban a abrir, el protodiacano se acercaba de a poco a pronunciar el “habemus papam”.

El cardenal estaba dispuesto a pronunciar el milenario anuncio en latín, todo estaba listo: su micrófono y el papel donde leería el nombre del cardenal elegido y el nombre con que será conocido de ahora en adelante.

Sin embargo, la emoción de los miles de fieles no permitía pronunciar las palabras al protodiácono. Y es que todo era alegría, llanto y algarabía en la Plaza de San Pedro.

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Pronto se rompió el bullicio con el “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam”, la alegría de los católicos pronto pausaron al cardenal.

Tras unos segundos en pausa continuó: “Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum Robert Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Prevost. Qui sibi nomen imposuit Leone decimus quartus”.

Allí el mundo se enteraba que el sucesor número 267 de San Pedro era el estadounidense Robert Prevost, también con nacionalidad peruana y con una fuerte conexión con América Latina.

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La emoción era palpable hasta en los niños que montados sobre los hombres de los adultos lloraban, al tiempo que un mar de banderas ondeaban en la plaza, así como cientos de miles capturaban con sus celulares el emotivo momento.

Las enormes puertas de vidrio de los otros balcones se empezaban abrir para los cardenales, unos más serios, otros más sonrientes esperaban pacientes mientras observaban a la multitud aglutinada durante horas.

Al tiempo, los colaboradores de la Santa Sede disponían todo: un estandarte fue tendido como preludio a la salida de León XIV, como elegía llamarse el estadounidense.

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Pocos minutos pasaron cuando de nuevo las cortinas rojas se abrían de nuevo, anunciaban la primera aparición del nuevo obispo de Roma que saludaba con su sotana blanca y los ornamentos rojos como lo han hecho todos los pontífices a excepción de Francisco.

Apenas podía extender sus brazos para saludar y sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas. Así se dispuso a dar su primer discurso. Comenzaba su pontificado.