El Heraldo
Mercedes Raquel Barcha Pardo nació en Magangué en 1932. Hernán Díaz
Libros

La huella que dejó Mercedes Barcha en García Márquez (y más allá)

Su esposo le dedicó varios libros; ella no se identificó con su personaje más conocido. Un repaso sobre cómo se marcaron mutuamente.

“Para Mercedes, por supuesto”, reza la dedicatoria de El amor en los tiempos del cólera, la novela sobre amores contrariados escrita por Gabriel García Márquez y publicada en 1985, tres años después de recibir el Premio Nobel de Literatura. Un par de décadas atrás, en 1962, había dedicado uno de sus libros de cuentos “Al cocodrilo sagrado”, en referencia a la misma Mercedes, con quien se casó en 1958 tras casi diez años de noviazgo en la Parroquia del Perpetuo Socorro de Barranquilla.

Mercedes Raquel Barcha Pardo –“mi pareja única en los bailes de Sucre”, escribió su esposo en sus memorias– era esbelta, de mirada filosa y pelo corto que le alargaba aún más el cuello por el que García Márquez la apodó ‘La Jirafa’, el “sobrenombre confidencial” con que bautizó su columna de EL HERALDO en 1950.

En Sucre se conocieron, como lo dijo García Márquez, aunque otros dicen que fue en Magangué, pueblo natal de ella, a orillas del río Magdalena, en Bolívar. En todo caso, se sabe que ocurrió en la Costa, cuando ella tenía unos 12 años. Con su familia, la mujer se había mudado de Magangué a Sucre y posteriormente a Barranquilla. Su padre, Demetrio Barcha, simpatizante del Partido Liberal, fue boticario como Gabriel Eligio García, padre de Gabriel García Márquez. Mercedes fue la mayor de seis hermanos (su esposo, el mayor entre once hijos del matrimonio García-Márquez), y su nombre desciende de su abuela paterna, Mercedes Villa.

La Mercedes de la que hablamos era menor que su esposo por 5 años, pero ambos murieron a los 87, como si ninguno quisiera durar más en vida que el otro; o como si supieran que la muerte terminaría por juntarlos. Pero decir esto es especular, y a Mercedes Barcha no le gustaba que cayeran en ese terreno con tanta frecuencia la prensa y los noticieros. Quizá por eso durante su vida concedió pocas entrevistas, en las que siempre se mostró tan cortante como elocuente. Quienes la conocieron dicen que tal era su disposición: intervenir mucho sin que se notara.

“Nunca ha tomado protagonismo en la vida de la pareja, aunque ha estado siempre en el centro mismo, desde que se casaron”, dice el periodista Héctor Feliciano en la entrevista a Mercedes publicada en Gabo periodista, obra antológica de la Fundación Gabo. “De ella, se ha sabido únicamente lo que ha querido que se sepa: que ha sido, como dice, buena esposa y buena madre; que ha acompañado a García Márquez en las buenas y en las malas”.

La periodista Jacqueline Urzola, amiga suya, dice en un extenso perfil publicado en junio de 2002 en la Revista Gatopardo: “No obstante el papel que ella ha jugado en la vida del escritor, Mercedes es un personaje anónimo y oculto para la mayoría de la opinión. Esa, además, fue siempre su intención. Sin embargo [...] no solo ha sido la esposa y compañera incondicional de Gabriel García Márquez durante más de cuatro décadas, sino un personaje apasionante e interesante en sí mismo. Una especie de fuerza y empellón de la naturaleza”.

Urzola tiene la teoría de que Mercedes está presente en personajes como Fermina Daza. Igual que Fermina, “no nació en la alcurnia de las tradicionales y en ese entonces todavía poderosas familias del Caribe colombiano”. Ella –según el relato compartido por quienes la conocieron– “hacía gala de la misma distinción y altivez imperial que Gabo le atribuyó al personaje de su novela. La belleza sigilosa, los ojos almendrados, el aire distante y el carácter cerrero e indomable de Fermina Daza”, apunta la crónica.

Pero tal vez el que menos la conoció fue su esposo (si nos apoyamos en sus palabras): “He llegado a conocerla tanto que ya no tengo la menor idea de cómo es en realidad”, le dijo a Plinio Apuleyo en el Olor de la guayaba (1982) después de haber afirmado que ninguno de sus personajes se parecía a ella, y que si aparecía en una obra suya, como en Cien años de soledad o Crónica de una muerte anunciada, era “con su nombre propio y su identidad de boticaria”.

Sin embargo, la identidad en Mercedes es un andamiaje escurridizo y construido con paciencia. Ella misma leyó desde el gusto y, podría decirse, la desidentificación a los personajes de su marido. Interrogada por Semana en 1982 sobre cuál personaje de la obra de GGM le gustaba más y por qué, dijo: “Ursula Iguarán. Pero no podría decir por qué. En todo caso no me identifico con ella”.

Hernán Díaz

¿Por qué no se identificó con el personaje que ordenaba la casa de los Buendía, que establecía comportamientos, cambiaba los vientos y se resistía a envejecer? No lo sabremos. Mas como Úrsula, Barcha se mostró clarividente ante el lugar y el tiempo que vivió. Es famosa la historia del envío de los folios del borrador de Cien años de soledad a la editorial Suramericana. El paquete debía viajar de México a Argentina, pero por falta de dinero fue dividido en dos. Empeñaron electrodomésticos para costearlo. “Y ahora falta que la novela sea mala”, le dijo a su esposo. La anécdota, como la contó García Márquez en 1957, es graciosa y contribuyó a alimentar el mito de una gloria antecedida por días de precariedad económica. “Eso de la gran pobreza es más bien leyenda, o por lo menos es parte de la mitología que se ha creado”, desmintió Mercedes en la entrevista de 1982.

A muchos escritores se les elogia por la forma en que no dicen ‘todo’ al escribir y dejan así mucho a la imaginación. Mercedes dijo pocas cosas. “Es cómo te ven los otros. Yo, no me veo” le dijo enigmáticamente, o quizá muy francamente, a Héctor Feliciano. En silencio y en su invisibilidad, hizo labores domésticas, de cuidado y de control financiero por las que su esposo sostuvo que a ella le había tocado “la peor parte de esta historia”; la historia de su vida pública.

Adiós…

Tres meses después de la muerte de su esposo en 2014, Barcha se volvió presidenta de la Junta Directiva de la Fundación Gabo, que este año cumple su 25 aniversario. Las reacciones de escritores, periodistas y miembros de la Junta demuestran la inmensidad de su labor más allá de su carácter hermético y su entrega silenciosa.

“Con la muerte de Mercedes Barcha, la Gaba, ella misma un mito al lado de Gabo, queda atrás toda una era literaria, y queda el recuerdo de una amiga entrañable de muchos y felices años de pláticas, de sorpresas, cuentos y largos desvelos...”, twitteó el escritor y periodista Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017. 

Con ese luto y cariño el mundo de la cultura reconoce que se ha marchado una presencia legendaria; a quien su esposo, como en un relato de Sherezade, apodó con nombres de animales de tanto conocerla y desconocerla. Ya no sabremos (y no es que antes fuéramos a saberlo) el porqué del “sobrenombre confidencial”, ni tampoco lo que decían las cartas que ambos se enviaban durante su noviazgo y que decidieron incinerar juntos en el patio de su casa en México, donde se instalaron en 1981. Adiós a la jirafa, al cocodrilo, a la mujer de “cabello de golondrina incierta”.

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