El Heraldo
Eduardo Ruiz Rodríguez (der) y su esposa Ormira, en la sala de su casa. En el centro, su perra, Laika. Iván Bernal Marín
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La visita de Obama desde la casa de un héroe de la Revolución

La mirada de Eduardo Ruiz Rodríguez, un excombatiente de la revolución cubana, a la histórica visita del presidente de EEUU a la isla.

La Habana. Al fondo de uno de los edificios descascarados en La Habana Vieja, al final de un corredor encharcado, hay un ‘héroe anónimo’ de la Revolución cubana en camisilla, pantaloneta y chancletas. “Ay, súbele el volumen, viejo”, le pide su esposa Ormira, de pie ante el televisor. Él no lo hace. Sigue sentado y arrugado. En pantalla está el presidente de la nación enemiga por antonomasia, contra la cual dejó una parte de su vida en el campo de batalla. Está pisando su tierra, poniéndole flores al héroe nacional, José Martí. “Me ericé”, grita ella y suelta un suspiro. “¡Yo no confío!”, repite él. Se recuesta en su mecedora de madera rústica y, sin dejar de torcer la boca, voltea a mirar a su perra Laika, que se rasca el pellejo a sus pies.


Eduardo Ruiz viendo la transmisión del acto protocolario de Obama en el monumento a José Martí.

La transmisión de la visita de Barack Obama a la Plaza de la Revolución continúa, y ahora con mayor volumen. Ormira le arrebató el control. Este no es el pelotón de tanques que él, el combatiente internacionalista Eduardo Ruiz Rodríguez, tenía a su cargo cuando combatió bajo las órdenes de Raúl Castro, en el regimiento de López Cuba. Esta es la casa de un comunista en retiro, y aquí se concentra el frío del recibimiento al mandatario estadounidense.

“Viene ahora que está de salida”, dice Ruiz Rodríguez. Su voz está respaldada por las 17 medallas que recibió en la vida militar. Comenzó en la insurrección a los 15 años, y se mantiene a los 74, con una voz que va a contracorriente del optimismo que se escucha en las calles. “Todavía no hay una cosa seria. Si así fuera hubieran entregado la base naval y quitado el bloqueo”, hace una pausa. Por un instante se ve que sus ojos caen, tras los lentes. Entonces vuelve. “Depende de quien tome la Presidencia de Estados Unidos que esto siga para adelante”.

A Ruiz le dieron la baja de guerra por una fractura que sufrió en el cráneo cuando intentaba rescatar el cadáver de un compañero. Un ataque hizo caer a su tanque de un puente, y tuvo que escarbar para sacarlo. Eso fue mucho antes de liberar 13 pueblos en Angola, cuando era soldado activo. “Desde el año 59, que triunfamos con la Revolución, hasta noviembre del 63, no salí del monte”, dice, guarecido ahora entre el cemento.

Su única hija es médico, y está en misión en Brasil. Su nieta, Rebeca, estudia periodismo. Él sueña con que ella escriba un libro sobre su vida. Ella ya empezó. Para seguir haciendo la Revolución, él la apoya. Le prepara café a primera hora en la mañana; la espera en las noches con cerdo asado, arroz con fríjoles negros, tomate y tostones, que son lo mismo que patacones pero más chiquitos.

Trabajo universitario. (Extracto del trabajo de grado de Rebeca Ceballos Ruiz*, estudiante de periodismo de la Universidad de La Habana)

P: Bueno, abue, comienza contándome…
R: ¿No vas a empezar poniendo los datos personales? Anota, entrevistado Eduardo Ruiz Rodríguez, 74 años, hijo de Concepción y Eduardo, natural de Chambas, provincia Camagüey.

P: Ya anoté. Entonces, podemos empezar hablado de…
R: La fecha de nacimiento, 16-11-41. Nací en Florencia, allí viví hasta los cuatro años y luego mis padres me llevaron a vivir a la provincia de Oriente, que ahora es Santiago de Cuba.

P: Espérate Pipo, porque no es una biografía. Quiero que recuerdes tu niñez, ¿qué te viene a la mente?
R: A la edad de 4 años mis padres quisieron ir a vivir a un lugar llamado La Prueba, en Santiago de Cuba. De ahí, con la idea de hacer una finca, nos mudamos al barrio Camarones. Cuando papá pudo tener su finca enseguida la empezó a trabajar…

Eduardo Ruiz, joven, con su uniforme militar. Rebeca, asomada en la puerta de la casa.

El desembarco

Es curioso cómo opera el instinto de supervivencia. Nadie se quiere hacer cargo de alguien que llega sin reservación el día que también está el presidente estadounidense en la ciudad. Podemos decir que son extremos de una cuerda: un periodista invasor de un país violento y el jefe de la gran carpa planetaria. Pero las personas humildes son las que más se preocupan por ayudar a los otros. No es que estén esperando algo a cambio. Saben que es lo correcto, y que al hacerlo, algo bueno vendrá. El instinto de supervivencia es la fuerza más grande de la humanidad.

Así explica Raúl Castro los acercamientos con Barack Obama. “Para preservar la humanidad”, dijo sobre la necesidad de restablecer plenamente relaciones, y mezclar los avances de los sistemas de salud de ambos países. Mientras avanzaba la visita de estado y mi estado se degeneraba hacia la desesperación, encontré una solución en la joven más tímida que conocí. Tuvieron que pasar muchas presentaciones, llamadas y caminatas con maleta a cuestas. “Vente conmigo a la casa de mis abuelos”, dijo al final. Lo único que le preocupaba era que quizá no sería tan cómodo como un hotel.

Fuimos en un carro del medio de comunicación con el que la joven estudiante de periodismo estaba colaborando por el día. Atravesamos callejones que parecían bombardeados, con baches llenos de lodo que no fueron reparados para la visita presidencial. También debían estar dañadas las lámparas del alumbrado público. Era evidente que esta parte de Cuba no se la mostrarían a Obama. Sombras se veían pasar, buscándose la vida nocturna. En una gran fachada negra, cuyos balcones parecían costras en la oscuridad, se veía una luz al final del túnel.

El corredor estaba inundado, así que hubo que alzar la maleta y chapotear hasta alcanzar una escalera caracoleante. Adentro me esperaba un sofá de rosas desteñidas. Paredes lila y azul celeste tras una puerta blanca. Todas las ventanas cubiertas con cortinas de encaje blanco, como las mesas. Un cuarto rosado, con aire acondicionado, un pequeño televisor y un ventilador. Una maceta con rosas de plástico colgaba en un extremo. Y un gran ventanal enmarcaba la cama. El techo era alto, hasta más de dos metros. Y en cada muro había un portarretratos de marco grueso, o una pintura de flores. Rebeca me explicó que la casa tiene un espacio habilitado para estos casos, aunque normalmente les avisan con antelación.

Cuando llegamos, su abuelo me miraba como a Obama en el televisor.

Batallando

Eduardo Ruiz nació zurdo. Estaba predestinado para la izquierda, y eso fue un problema. En el gobierno de Batista, la profesora le amarraba el brazo para obligarlo a escribir con la derecha. Un día se quitó la tabla y le dio un puño a la mujer. Lo echaron.

Por eso desde los 15 años se armó. Con la izquierda agarró un rifle para no soltarlo hasta décadas después. “De niño pasé a militar. Jamás pensé dejar la vida militar mientras pudiera caminar”.

Peleó contra los que se alzaban en las tunas. Capturó americanos y mercenarios cubanos. Detuvo desembarcos de armas. Pertenecía a un batallón especial de combate que tenía Raúl directamente. De la Sierra salió a perseguir a los batistianos que quedaron. “Se escondieron porque eran asesinos, para que no les pudieran aplicar la justicia”. Tras el accidente en que quedó “mutilado”, como dice, el médico le prohibió usar armas. Sin embargo, Fidel Castro hizo un llamado para apoyar al presidente Agustino Nieto en Angola, en 1975. Mutilado y todo, Ruiz se presentó como reservista.

Con 36 años, Ruiz Rodríguez se convirtió en jefe de la extrema vanguardia de un pelotón de tanques. “Era el primer hombre que avanzaba para salir a tomar los pueblos”. Lideró la ofensiva por tierra. De un pueblo a otro, 1.168 kilómetros. Cubrió un terreno más largo que su Cuba amada.

En una noche fría e histórica de marzo, su nieta muestra un certificado que le entregó el Gobierno, el cual acredita sus recuerdos épicos. Después de su última guerra se quitó el uniforme camuflado y se puso el de mecánico industrial, en lo que trabajó hasta el día de su jubilación. Ahora, con la misma mano izquierda, Ruiz agarra una jarra de metal en la que calentó agua para que su inquilino inesperado se bañe. Ya no necesita casco, anda calvo todo el tiempo. Pero vela por todo. Entra a secar el baño e inspeccionar que no haya novedades en el frente, con un trapero que no tiene mechas sino una camiseta vieja en el extremo.

En una foto en el comedor, se le ve con el cabello negro y engominado hacia atrás. Ormira sonríe a su lado, en una fiesta lujosa. Él lleva corbata y ella vestido vaporoso. Los presentó su hermano, que también era combatiente y cayó en acción. A un lado del retrato hay un reloj. Son dos corazones de bordes dorados que se sobreponen. Marca las 11.

Soledad

Durante los tres días de la visita del primer presidente estadounidense en 88 años, La Habana lució apagada. Cielo gris y calles vacías, lejos del color y la vida vibrante que la ha hecho célebre. “Cómo va a estar llena si están todos los establecimientos cerrados. La gente está trancada en la casa viendo a Obama por televisión”, dice el taxista Luisito Hernández. “En la calle están los arrestados (osados)… y nosotros obligados, porque trabaje o no trabaje me cobran el día”.

Desde el día 10 estaban cerradas las entradas a hoteles como el Meliá Habana, el Meliá Cohiba, el Nacional y el Zaratova, donde se quedaría Obama. Por eso no había cupo por ningún lado. La ocupación en los demás hoteles se desbordó. Desde hace 3 días está cerrado el perímetro del estadio de béisbol que verá el primer partido de un equipo estadounidense en 19 años. Tampa Bay se enfrentaría con la selección cubana, y Obama lanzaría la pelota inicial. A dos cuadras a la redonda no se podía parquear nadie ni transitar. “Para pasear hay que ponerse los patines, porque no vas a coger carro. No hay carro, no hay persona. Viendo camisita anaranjada de los policías por todo lado”, me dijo antes de dejarme a mi suerte con mi equipaje.

Tema de raza

El padre de Eduardo Ruiz también fue combatiente. Su bisabuelo fue general de la guerra de independencia. Nadie de su familia ha abandonado el país. No es difícil imaginar que más allá de lo evidente del paisaje, en esos amplios edificios que siguen anclados en los 50 hay muchas más historias como la suya. De hombres en mecedoras que se autoproclaman “héroes anónimos”, porque saben que lo son. Y que no salen a las calles a aclamar al presidente estadounidense, porque saben que la batalla más importante no se ha ganado. El bloqueo sigue; y si bien Cuba ha demostrado que pueden sobrevivir sin EEUU, nadie niega que podrían estar mejor.

El ex soldado de las 17 medallas combatió en cinco países. Ahora pasa los días en el fondo de las postales de La Habana. “Vivo humildemente aquí, con mi salario y la ayuda que me dan como excombatiente. Feliz de haber luchado por mi país. ¡Yo soy un comunista!”, señala con los dos pulgares al piso. Ahí sigue Laika, ahora echada. Fue bautizada en honor al primer perro en el espacio, llevado por los rusos. Tiene sangre de chihuahua mexicano y una raza inglesa. Y seguro nunca jamás hubo un ruso tan pequeño. Pero el carácter sí lo tiene. Se la pasa gruñendo, como su jefe. “Ella es candela”, dice Ormiracuando por iniciativa propia se puso en medio para una foto. En todo el tiempo que estuve en el cuartel de los Ruiz, nadie le puso un dedo encima.

¿Y lo que reciben alcanza para cubrir las necesidades? “Bueno, más o menos, no tanto, mijo”, responde Ormira antes de que su marido prosiga el discurso. Aunque para hacerle justicia al ex jefe de tanques, en la casa no falta nada.

Su hija también es combatiente internacionalista. Es especialista en cirugía oftalmológica, y trabaja sanando gente en otros países. Está ahora en Brasil, en una misión de tres años. Con cara de susto,Ormira se sienta en la cama para contar las cosas aterradoras que la madre de Rebeca ha tenido que ver. La doctora les contó a sus padres cómo en algunos países la gente se muere en las puertas de los hospitales porque no tienen quien pague por su atención. Ha visto decenas de niños morir. Inconcebible para ellos. “Acá las medicinas, los tratamientos, todo todo es gratis y para todo el mundo”.Nunca ha visitado Colombia, así que debe tratarse de otro lugar.

“Todos tenemos esa descendencia de luchar por el pueblo. Y aquí estamos”, dice Eduardo. Él quiere que su historia se cuente a lo grande. “No le vayas a mostrar todo, que eso es para tu libro”, le advierte a su nieta Rebeca, minutos antes de que empiece la transmisión de los actos protocolarios del segundo día de la obamitis. Sale un momento a la terraza balcón de su hogar, y mira al horizonte. Van dos días sin sol.

Se muestra orgulloso de no haber tenido que pagar un peso para que su nieta estudie periodismo en la Universidad de La Habana, la mejor del país. No parece percatarse de una aparente contradicción. Algo no cuadra al ver a un comunista apoyando a un oficio que es considerado una institución democrática, ligada estrechamente al derecho a la libertad de expresión.

Nuevos frentes

Rebeca apenas logra conectarse a internet un par de minutos al día. Y por estos días escasean las tarjetas prepago para acceder a los puntos de wifi habilitados por el Gobierno. Al menos los hay. Hace apenas unos años no había nada.

Los tiempos están cambiando, e incluso soldados dispuestos a pelear todavía hoy lo presienten. “Yo quisiera que fuéramos a Angola”, dice Rebeca. En el portón del edificio, su silueta recorta la luz gris de la mañana. Pasan vendedores de frutas. Entre sus archivos tiene un mapa trazado con los pueblos que Eduardo liberó en Angola. Hizo una ofensiva desde Luanda hasta la frontera de Sudáfrica. Quiere ir a hacer un video.

Visto de otra forma, ella se prepara para ser una guerrera de la información, nuevo frente de batalla global. Delgada, ojos almendra, piel canela. Pero,sobre todo, sabe bien donde va una coma. Respeta el castellano y todas sus curvas, con la belleza de una partitura. Cuenta que su abuelo le propuso que escribiera un libro con sus historias “desde mucho antes de que yo me decidiera a estudiar periodismo”. Las ideas son como semillas, solo tienen que encontrar mentes fértiles.

Uno de los temas en que más insistió Obama fue, justamente, masificar la conectividad en la isla. Así, el libro y el documental que han planeado podría llegar a muchas más personas. Pero Eduardo repite algo que dijo varias veces en la noche del primer día, cuando hablamos hasta la madrugada. “Yo no confío”. Si algo aprendió manejando tanques es a no dar por ganada ninguna batalla hasta el final.

“Sí, se han resuelto muchas cosas que nos gustan”, concede por primera vez ante el televisor, cuando ve al presidente negro tomándose fotos como turista. Entre esas menciona la venida del “pueblo americano”, del que dice tener el mejor criterio. Los exime de las decisiones de sus gobiernos. “Yo nombro pueblo a los humildes, como nosotros , que viven de lo que hacen, de lo que luchan, no de explotar a nadie. Eso es lo que yo llamo pueblo, por lo que yo luché. Por los humildes, y para los humildes. Para mejorar la vida de los humildes”.

Obama es recibido por Raúl con una sonrisa. Finalmente se les ve en pantalla caminando juntos. Una corte militar les hace  una calle de honor. Ellos van con frescura, como dos viejos amigos. Y entonces el viejo Ruiz aclara. No es que esté en contra de Estados Unidos, ni del pueblo estadounidense. Por lo que siempre ha luchado es por el respeto. “Es que ellos nunca tuvieron que venir a decir cómo hacemos las cosas aquí. Cuando levanten el bloqueo, hablamos”, se levanta de la mecedora para servirse otro café oscuro. El paso hacia la cocina se convierte en una calle de refunfuños. Laika se va detrás de él, marchando. “Como es de alto Obama. Es un negrito buen mozo”, secretea Ormira a espaldas de ambos. Rebeca sonríe.

*Nombre cambiado a solicitud del entrevistado

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