Sus 4 hijos la sentaron en el cuarto de la casita de tabla en Puerto Colombia, a los dos días de haber salido de la cárcel Picaleña, en Ibagué. Le tocó sacar fuerzas entre el llanto. Se sintió arrinconada y pensó que el mismo coraje que tuvo en la vida para cometer los errores era el mismo con el que ahora debía enfrentarlos.
Mar Yuri tiene 36 años, es una de las 21 mujeres en proceso de reincorporación en el Atlántico. Fue condenada por secuestro extorsivo, en colaboración al frente 21 de las Farc que operaba en el Huila, cerca de Mesetas del Colegio (Cundinamarca) donde vivía hace 8 años.
Durante su ausencia, la familia se desplazó por el territorio colombiano, desde el sur del país hasta el norte. Primero estaban en Mesetas del Colegio, Cundinamarca, después se fueron a Cartago, en Valle del Cauca, recorrieron otros tantos municipios que Mar Yuri ya no recuerda. Llegaron a Galera Zamba, en Cartagena, y luego a Puerto Colombia, en el Atlántico.
Mientras tanto, ella pagaba una doble condena en Ibagué: la de haber errado en la vida y la de la humillación por estos mismos. Se sentía indigna de recibir a sus hijos durante los 6 años que estuvo en la cárcel, poca merecedora de la sonrisa de ellos a cambio de una visita en el centro carcelario. De vez en cuando, las personas van lacerando la culpa que heredan de sus fallas.
Tras la firma del Acuerdo de Paz, Mar Yuri salió de la cárcel hace dos años. Se reencontró con sus hijos, con los que solo había hablado en su último año en las celdas a través de tres llamadas virtuales. ‹Entonces se quebró› Su fuerza quedó reducida ante la pregunta de sus hijos.
—A ver mami, cuéntenos usted personalmente: ¿Qué pasó, por qué nos abandonó, por qué estuvo en la cárcel?
Mar Yuri los abrazó, les pidió perdón. Lamentó no haber podido estar cuando les tocó salir a las calles a vender las bolitas de masa a mil pesos, cuando lloraban sin entender qué estaba sucediendo, cuando necesitaron un abrazo y cuando fueron desarraigados, huyendo, como si ellos hubiesen sido condenados a una vida de inseguridad, de estigmatización y de pobreza. Eran los hijos de una «guerrillera» que estaba en la cárcel.
—Por tres días tuvimos secuestrado a un señor en la casa, en Mesetas del Colegio. Le estaban pidiendo al señor cinco mil millones de pesos y ahí íbamos a ganar todos, se supone. El señor huyó, el Gaula y la Policía vino. Me condenaron a 36 años y 3 meses de prisión —les contó.
Debajo de las tejas rojas por el óxido que se movían cada vez que la brisa repicaba en esa casa improvisada, que empieza a levantarse en una loma —zona de alto riesgo— en Puerto Colombia estaba Mar Yuri, sentada en su comedor de 6 puestos lamentando las veces que no pudo ayudar a sus hijos.
—Ahí había un barranco —señaló un muro de concreto a su derecha que sostiene 2 habitaciones-—. Y todo eso, cuando llovió se les vino encima. Les desarmó la casita que tenían.
Cuando sus hijos llegaron con su madre a Puerto Colombia, el lugar donde hoy viven era un basurero. Ellos mismos, lo limpiaron y lo hicieron habitable. La madre de Mar Yuri desplazó la suciedad e hizo un hogar de palitos de madera, con un techo de plástico y paredes de tela. La pobreza los estaba persiguiendo.
Una mujer en la cárcel
El día de visita de los niños en la cárcel era el más difícil para Mar Yuri.
«Ver cómo esas mujeres salían con tortas, regalos y cosas para sus hijos y yo tenía que estar ahí, sabiendo que de este lado, ellos pasaban muchas veces necesidades», recordó desde el comedor de su casa.
Entonces se puso las manos sobre el cuello, tratando de asfixiar el aire mientras decía: «Pensaba que ellos podían estar en las peores condiciones y yo comiendo un pedazo de torta. Lo pasaba en seco, casi sin saborear».
Eso la ayudó a superarse. Se resignó a creer que todo estaba tan bien, como le decían, y empezó a pasar muchas horas en el taller, bordando los recuerdos con las finas agujas de la memoria. Pensando en sus hijos, empezó a estudiar desde la cárcel. Se graduó de bachiller y después de técnico ambiental. Iba ocupando su tiempo libre en el trabajo, en el estudio, en los crucigramas que llenaba con su amiga la ‹encopetada›, una señora que tenía muy buena posición en la cárcel. Ella le daba materiales y así tuvo más trabajo en el que pensar.
Así fue librando su culpa. Le quedaba cada vez menos tiempo para llorar en silencio. Pero la preocupación siempre la atacaba: «¿Qué va a ser de la vida de ellos?, eso me preguntaba, pero yo tomaba fuerzas». Esta mujer transformó la angustia en superación. «Que esto me sirva de valor para seguir adelante y para no dejarme caer», se repetía constantemente.
Lo peor le llegó cuando por su condición de mujer tuvo que enfrentar otros problemas desde el centro carcelario donde estaba recluida. Extendiendo sus brazos lo más ancho posible, agregó que en esa cárcel mixta habían unos patios de hombres que abarcaban casi toda la cárcel. Reduciendo los brazos, juntó las manos en forma circular: «Nosotras estábamos en un hueco aparte y el resto eran pabellones de hombres».
Casi 200 mujeres tenían que bañarse en media hora. «No faltaba la loca que te decía: ‹Venga, yo me baño con usted›. Era complejo, porque uno en su casa tenía su privacidad, pero como ni el agua ni el tiempo alcanzaba, tocaba apurarse. Allá se sufría mucho por el agua. Las que tenían plata la compraban y las que no, entonces les tocaba vivir emergencias sanitarias».
Con la desigualdad también llegaron los acosos.
-—Conmigo no le va a faltar nada —le decían mujeres en la cárcel que le proponían una relación.
Desde prisión uno de los conflictos más duros que vivió fue el lesbianismo, contó Mar Yuri.
—Usted tiene que ser mujer mía —le dijo una muchacha que se le metió en la celda, le agarró el brazo y después la abrazó a la fuerza.
—A mí no me gustan las mujeres —replicó Mar Yuri.
—Eres una creída, te la vienes a picar de señora.
—Yo puedo ser hasta peor que usted, pero a mí las mujeres no me gustan.
La tensión creció de tal forma que otra de las reclusas llamó a una de las guardias. Fue cuando devolvieron a la muchacha al patio de las sindicadas, que era donde debía estar. Hoy, en condición de libertad, los acosos siguen, pero de parte de hombres.
«Ahora también un señor se obsesionó conmigo, me dijo que tenía que tener algo con él, me decía que era un castigo para él tenerme cerca y me pedía explicaciones de por qué no le contestaba, hasta que me tocó terminar esa amistad», contó Mar Yuri.
Las necesidades por las que atraviesa, le hace pensar tanto a hombres como a mujeres que ella accederá a ellos por el hecho de ser mujer y estar en una condición económica vulnerable.
La reconstrucción
—Un amigo que fue paramilitar me ayudó y me facilitó el dinero y el personal para hacer ese muro. Esa era una obra de arquitectura. —Sonrío, mirando a su derecha la pared gris—. Sin tener un motivo, este hombre que antes era mi enemigo me ayudó y montamos ese muro.
Mar Yuri volvió la vista al frente, mirando las cuatro columnas de ladrillos rojos y una carretilla sin arena recostada en la pared: «Mi prioridad ahora es construir mi casa para mejorar la calidad de vida de mis hijos».
Se levantó porque recordó que había unos pocos platos sucios en la cocina y sus hijos ya estaban pronto a regresar del colegio. Desde antes de las 10:00 de la mañana ya había un caldero de arroz en el fogón de la estufa eléctrica de dos puestos. Tomó una esponja y empezó a enjabonar. Aunque tiene lavaplatos, este no tiene una llave. El agua se almacena porque comparten una pluma comunitaria. Por eso en su sala hay un tanque gigante y en la cocina unos más pequeños.
Mientras tomaba el agua del pequeño balde para enjuagar los platos, relató: «Mis hijos a veces hablan de otros niños, que les dan de todo, que tienen todas las comodidades, pero yo les digo: ‹Papito y de que sirve tener la nevera llena de comida si son los muebles los que lo acompañan a almorzar».
Ya Mar Yuri no se lamenta. Es una mujer fuerte que ha logrado atajar las necesidades y vulnerabilidades a las que ha estado expuesta. Sueña con terminar de construir la casa de Puerto Colombia, que ahora es de concreto y tejas, que quiere dejarle a sus hijos.
Por ahora, la obra está detenida por falta de recursos. Pero el pago de sus errores la ha convertido en una mujer valiente, arriesgada, que enfrenta con ánimo el día a día, con la fe de que podrá llevarle todos los días la comida a sus hijos.
Del basurero resurgió un hogar. Mar Yuri convirtió ese espacio en un lugar limpio y ordenado. Y aunque no tiene muchos recursos económicos, le tiene a cada hijo una silla plástica al frente del televisor. Un comedor para reunirse en familia, una biblioteca de 27 libritos y unos animales de plástico que le sirven de adornos. Las camas estaban perfectamente tendidas, los ganchos de la ropa ubicados en el espacio de lavandería, uno detrás de otro, y los zapatos estaban en su lugar.
El sueño que le queda pendiente a Mar Yuri es convertirse en una psicóloga infantil y que las fuerzas le alcancen hasta que su hija se convierta en una comunicadora y los otros tres en abogado, ingeniero de sistemas y en un defensor de la patria. Por ahora, siguen en el colegio y en casa tienen de profesora a Mar Yuri, quien les ha enseñado cómo hacerse fuertes en la vida.
Mujeres reincorporadas
'Las 3.031 mujeres en reincorporación son prioridad para la política Paz con Legalidad, la cual establece que este proceso tendrá un enfoque con énfasis en las necesidades y los derechos de las mujeres. A través de 18 acciones contempladas en el Conpes 3931 de 2018, garantizaremos que este proceso respete sus particularidades, impulse su incidencia en asuntos públicos, promueva su ciudadanía activa y derechos sexuales y reproductivos, y tengan injerencia en la construcción de paz en nuestro país', aseguró Andrés Stapper, director general de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN).





















