Colombia está en mora de penalizar las mal llamadas terapias de conversión sexual, una de las peores lacras que amenaza a las personas LGBT y de género diverso en el mundo. Se trata de violentas prácticas, entre las que se contemplan ayunos, exorcismos, tratamientos sicológicos a la fuerza y hasta violaciones supuestamente correctivas, con las que se pretende modificar su orientación sexual o identidad de género. Situaciones tan absolutamente dañinas y desproporcionadas que resultan equiparables a actos de tortura, tratos crueles, inhumanos o degradantes, de acuerdo con los parámetros establecidos por la propia Organización de Naciones Unidas que lidera la lucha global para erradicarlas.
Como si se tratara de un procedimiento inofensivo, representantes de iglesias o de cultos religiosos, curanderos y quienes se venden como ‘especialistas en crecimiento de identidad personal’ someten a sus víctimas, en algunos casos menores de edad de 12 o 13 años, a inenarrables atrocidades durante extensos periodos, provocándoles severos traumas físicos y sicológicos que terminan por condicionar sus vidas para siempre. Las secuelas suelen ser tan devastadoras que buena parte de estos jóvenes, extenuados por los abusos y sus propias luchas internas –generalmente alentadas desde sus núcleos familiares y entornos sociales–, se ven obligados a buscar ayuda psiquiátrica para superar los sentimientos de culpa, desprecio y hasta odio hacia sí mismos que les generan los falsos tratamientos de liberación de trastornos sexuales.
Bajo el equivocado concepto de que las personas homosexuales, lesbianas, bisexuales, trans y de distintas identidades de género se encuentran enfermas, lo cual es totalmente erróneo de acuerdo con una amplísima evidencia científica, estas terapias se ofrecen como una ‘cura milagrosa’, o por lo menos así insisten en hacerlo ver quienes las promocionan de puertas para adentro o encubriendo su verdadero propósito con otros nombres. Vale la pena preguntarse, ¿por qué no lo hacen de manera pública o de frente? Desafortunadamente, muchos de los que acuden a ellas de forma voluntaria asumen que la homosexualidad es nociva o malsana y por tanto necesitan ser sanados o salvados de una condición “anormal” que los condena a la perdición. Hay demasiadas estigmatizaciones sobre la orientación sexual o la identidad de género de las personas LGBT, como consecuencia del adoctrinamiento, manipulación, chantaje o presión social de sectores o grupos intolerantes dedicados a marginalizar a este colectivo con todo tipo de engaños o difamaciones.
Nadie debería perder de vista que las terapias de conversión son una inaceptable forma de discriminación que abre la puerta a nuevos estigmas, hechos de violencia de género o crímenes de odio contra la diversidad sexual. Toda vida debe ser valorada y tratada con respeto. ¡Es un asunto de innegociable dignidad sustentado en los principios fundamentales que rigen los derechos humanos! De ahí la importancia de que se adopten decisiones de fondo en materia normativa para que se prohíban estas prácticas aberrantes que suelen estar rodeadas de la más absoluta impunidad, a pesar de las afectaciones físicas, emocionales y sicológicas que desencadenan.
Hay que ponerle fin a este tormento encubierto bajo el rimbombante nombre de Ecosieg (Esfuerzos de cambio de orientación sexual, identidad o expresión de género) porque como bien señala el representante a la Cámara Mauricio Toro, autor del proyecto de ley que propone penalizarlas, son “prácticas que vulneran los derechos que consagra nuestra Constitución”. La recusación contra el parlamentario es una muestra más de la intolerancia hacia la diversidad sexual que se intenta enfrentar. Por eso, es esencial ir más allá. No basta solo con penalizar las terapias de conversión, se debe trabajar por concientizar a quienes las defienden y promueven de los terribles efectos que producen, así como a quienes demonizan o desprecian a las personas LGBT. Ser gay, lesbiana, bisexual o trans no es un delito, una enfermedad ni un trastorno. Discriminarlas o victimizarlas solo ahondará la intolerancia, irrespeto y violencia que no nos deja transitar hacia una sociedad diversa e incluyente. Los oscuros tiempos de la Santa Inquisición son cosa del pasado, aunque a algunos les cueste creer que así es.