La presencia de los mamos mayores de la Sierra Nevada de Santa Marta –rodeados por un centenar de indígenas de sus cuatro pueblos emblemáticos: Arhuaco, Kogui, Wiwa y Kankuamo– en el corazón de la Plaza de Bolívar de Bogotá, a pocos metros de las sedes del Congreso y de la Presidencia de la República, llama a varias reflexiones. La primera, y a la vez más relevante, es que estas comunidades se declaran dispuestas a hacer todo lo que haga falta para ser escuchadas.

Con audacia decidieron levantar la voz para exigir respeto por su autonomía de gobierno y libre autodeterminación. Hacerlo desde la profundidad de sus territorios ancestrales, como ha ocurrido durante mucho tiempo, está claro que no resultó como esperaban. Lamentablemente su clamor en defensa de los lugares sagrados de su cultura, de los que dicen depende su supervivencia, se quedó ‘atrapado’ en los más de 17 mil kilómetros cuadrados que cubre la montaña litoral más alta del mundo.

Así que desafiando los rigores propios del clima del altiplano cundiboyacense, estos sabios o líderes espirituales –que en algunos casos salían de sus resguardos por primera vez– decidieron adentrarse en la jungla de cemento, que es la capital del país, para pedir la protección de sus territorios ancestrales. Una esforzada acción, además de extrema, que revela su desesperación.

Nada es más importante para las etnias de la Sierra que cuidar la llamada Línea Negra: esa delimitación invisible para la gran mayoría de nosotros, pero absolutamente representativa para ellas porque les permite preservar la reserva biocultural sagrada donde están asentadas históricamente. Su redefinición en el Decreto 1500 de 2018, que otorga una protección especial conforme a los principios y fundamentos de la Ley de Origen, no puede ser desconocida.

Con cantos de sanación, también con mensajes firmes e insistentes, los mamos denuncian desde el epicentro del poder del país la amenaza que enfrenta la Sierra Nevada por la construcción de represas, hoteles ecoturísticos, acueductos y el avance de proyectos extractivos. Temen que su territorio, al que consideran un ecosistema geográfico, biológico, cultural y espiritual indivisible de importancia para la humanidad y el futuro de la biosfera, sucumba ante la depredadora lógica de imponer el dinero sobre la vida. Para evitar lo peor, demandan ser escuchados por el Gobierno. Asumen que no hay tiempo que perder.

Otra de las reflexiones a las que convoca el lamento de los líderes indígenas desde la fría Bogotá se relaciona con conflictos surgidos entre sus autoridades tradicionales. Piden la no intromisión del Ejecutivo nacional en sus decisiones, luego de denunciar una “estrategia sistemática de división política”, concebida para debilitar su autonomía. En otras palabras, los mamos acusan al Gobierno de imponer asociaciones y gobernadores para favorecer intereses de sectores económicos. Un grave señalamiento que debería ser aclarado cuanto antes por el ministro del Interior, sobre todo porque esta pugna por el poder en el interior del otrora unido pueblo arhuaco ha escalado en un agresivo enfrentamiento.

Como una buena señal de una voluntad dialogante, el Gobierno debería abrir un espacio de acercamiento, lo antes posible, con estos líderes indígenas de la Sierra Nevada, legítimos guardianes de su territorio, que están en su derecho de expresar inquietud por lo que allí sucede. Saben mejor que nadie los riesgos que corre este espacio privilegiado que alberga el 80 % de la biodiversidad del planeta, la misma que el presidente Iván Duque se comprometió a defender en la cumbre del clima en Escocia. A simple vista, parece que existen más puntos comunes que diferencias cuando se trata de salvaguardar a una misma madre, la Tierra. Superar la crisis climática también pasa por proteger la cultura de nuestros pueblos indígenas.