Pese a los recelos o dudas que despierta, la Franja y la Ruta de la Seda, el estratégico programa de infraestructura de China, una iniciativa personal de su presidente, Xi Jinping, para expandir su influencia económica y geopolítica en el mundo, continúa sumando nuevas adhesiones. Entre las más recientes, la de Colombia. Gustavo Petro, quien asistió en Pekín al Foro ChinaComunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), confirmó la vinculación formal del país al acuerdo comercial, del que hacen parte más de 140 naciones.

Por los mensajes que los jefes de Estado intercambiaron durante el encuentro, con Petro estaban Lula, de Brasil, y Boric, de Chile, además del anfitrión, en el trasfondo de la alianza que China y el sur global esperan construir se encuentra la multipolaridad. Un concepto de política exterior que deja atrás la visión hegemónica de una sola superpotencia basada en su absoluta superioridad. La apuesta hoy es transitar hacia un espacio de poder compartido o un escenario con más equilibrio. Aunque, a decir verdad, lo que Pekín busca es remover de su posición de histórico liderazgo a Estados Unidos o, al menos, alivianar su peso global.

Nadie duda de que gracias al camino recorrido por la Ruta de la Seda, que ha promovido desde hace más de una década cooperación, integración y desarrollo de sus países beneficiarios, lo está consiguiendo. Tampoco se cuestiona que el segundo tiempo de Trump en la Casa Blanca, con su diplomacia estridente, catálogo de imposiciones arancelarias e inestabilidad creciente, le ha dado un impulso a ese nuevo mundo que sin aparente centro de poder fijo persiguen los mandatarios de la izquierda latinoamericana reunidos ayer con Xi Jinping. En el día después del acuerdo que marcó una tregua de 90 días con Washington, el imperturbable líder aseguró que en las guerras comerciales no hay ganadores. Es cierto.

En líneas generales, la conversación China-Celac, aún en el terreno de lo intangible, aunque 20 países ya están incorporados al proyecto, gravitó en torno a una cerrada oposición al unilateralismo o proteccionismo, la férrea defensa de la libertad, igualdad y autodecisión, la relevancia de un diálogo horizontal y el rechazo a caer en excesivas dependencias. Ni falta hizo mencionar a Trump porque resultó evidente que los embates retóricos se dirigían a él.

Las coincidencias en el foro alrededor de la iniciativa global anticipan el próximo paso de esta crucial batalla geopolítica y económica, en la que Colombia tomó posición a favor de China. Muy a su estilo, el presidente Xi les ofreció una nueva línea de crédito por 9 mil millones de dólares, confirmó que aumentará las importaciones desde las naciones Celac y, para redondear la faena, dijo que incentivará a las empresas a incrementar sus inversiones.

En efecto, Colombia tiene una valiosa oportunidad para expandir su mercado que es escandalosamente deficitario en el intercambio comercial con el gigante asiático. La balanza de 2024 fue negativa en más de 12 mil millones de dólares.

Pero debe actuar con extrema cautela. No solo porque Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, financiador de cooperación internacional y aliado estratégico en asuntos hemisféricos, libra en este momento un pulso con China –vía guerra comercial a gran escala- para contrarrestar su progresiva influencia en la región, también porque la iniciativa se percibe como una estrategia de colonización económica que somete a países necesitados de flujo de liquidez, muchos de los cuales acaban atrapados en lo que se conoce como la “trampa de la deuda”.

Sin prisa pero sin pausa, la Ruta de la Seda ha desembolsado miles de millones de dólares en créditos a naciones de América, Asia, Europa y, sobre todo, África, donde es el primer socio comercial del continente. Si sus deudores no son capaces de honrar sus compromisos terminan entregándoles el control de las obras financiadas: puertos, carreteras, vías férreas, aeropuertos, proyectos energéticos o de telecomunicaciones. En definitiva, el riesgo de endeudamiento es tan real como el éxito del programa, criticado además por su opacidad en los contratos e impacto ambiental. Nada que hacer, país que adhiere asume las normas.

Al final no se trata de no estar, sino de saber cómo entrar en el juego. Comerse un caramelo envenenado, a sabiendas de que lo que causará, es igual a darse un tiro en el pie. Proclamar la independencia de Estados Unidos para abrazar la subordinación a China no es negocio. Panamá dio un paso atrás. Priorizó sus razones. Colombia debería hacer una evaluación de los términos de su adhesión y, en particular, cuidarse de no acabar en medio del fuego cruzado de estas dos grandes potencias, porque ciertamente tenemos todas las de perder.