Nuestra selección Colombia ha sabido enamorarnos. Poco a poco se nos fue metiendo en el alma y el corazón. Veníamos de una decepción muy grande por no haber clasificado al mundial de Catar, después de una serie de malas decisiones y de conflictos internos entre directivos, entrenadores y jugadores. Pero cuando se trata de nuestra selección Colombia siempre regresamos con más ganas y más pasión. Así ha vuelto a ocurrir. Sucedió de nuevo el milagro: volvimos a soñar, a creer, a confiar. Renació la ilusión.
Hoy a las 7 de la noche seremos 50 millones de colombianos fervorosos acompañando a nuestros gladiadores. Estaremos a su lado, disputando cada pelota, rechazando cada centro y festejando cada gol. Hoy no son 11 futbolistas los que juegan en el Hard Rock Stadium de Miami frente a la poderosa Argentina de Messi y Di María, consentida de la FIFA y la Conmebol. Hoy juega Colombia entera, como en los viejos tiempos. Hoy esa bandera tricolor nos arropa, nos cubre y nos protege. En esa bandera tricolor cabemos todos, sin distingos de raza, color o ideología. Nuestra bandera no levanta muros ideológicos, ni partidistas. Todo lo contrario: abre caminos y muestra destinos.
¿Por qué nos enamoramos de nuevo de nuestra Selección? ¿Por qué renació la esperanza? Porque, como sucede con aquellos novios despechados, que todos los días suspiramos por la novia que se fue, solo estábamos esperando una señal. Y la señal llegó con los primeros partidos en el Metropolitano Roberto Meléndez de Barranquilla –la casa acogedora de siempre– donde el pundonor de los muchachos, su disciplina táctica y su entrega total, nos empezó a emocionar de nuevo. Hasta derrotamos en Barranquilla a la “inderrotable” Brasil. Hoy somos terceros en la eliminatoria al Mundial del 2026.
A Estados Unidos a disputar la Copa América llegamos con un rótulo que hacía mucho tiempo no teníamos: favoritos, al lado de Argentina de Messi y Brasil de Vinicius. Llegamos invictos y esta noche jugaremos la final ante Argentina, después de 28 partidos sin perder.
La Selección nos enamoró de nuevo porque Néstor Lorenzo –alumno silencioso y aventajado de José Pékerman, el sabio gaucho– nos habló con humildad y desde su corazón. “La selección Colombia somos todos”, nos dijo con su voz serena y apagada. Y –en efecto– hoy somos todos la Selección. Tenía razón Néstor Lorenzo. Veamos, ¿por qué renació la ilusión?
¡James, gracias por volver…!
En mayo pasado –hace tan solo algunas semanas– James Rodríguez estaba apartado del equipo de São Paulo de Brasil por decisión de su técnico, Luís Zubeldía, un personaje que tiene más soberbia y prepotencia que títulos. Un mes antes de la Copa América nuestro Capitán estaba sentado en la banca o algo peor: veía los partidos en la tribuna, al lado de los aficionados. Las cifras eran demoledoras: en 10 meses James tan solo había jugado 8 partidos.
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Pocos creían en él. En ese momento tomó una decisión que cambió su presente y llenó de ilusión su futuro: llamó a Ramón Jesurún, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol y al técnico de la Selección, Nestor Lorenzo. Les habló con franqueza y les pidió un psicólogo y un preparador físico personal para ponerse a punto mental y físicamente para la Copa América. Y sin pensarlo dos veces, ambos cumplieron los deseos del 10. En otros tiempos James no hubiera hecho lo que hizo y es muy probable que tampoco le hubieran obedecido.
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Era otro James. El de hoy es un deportista que a sus 33 años tiene el reto de volver a ser aquel que 10 años atrás –en el Mundial de Brasil– deslumbró al mundo y llegó al Real Madrid como la gran contratación. Estamos disfrutando de un James más maduro y más humilde. Su prodigiosa pierna izquierda sigue siendo la misma, pero ahora tiene conexión directa con su cerebro y su corazón. Y eso se nota en la cancha. Hoy James no corre tras el balón por un puñado de dólares. Corre por algo mucho más valioso: la gloria. Regresó de la mano de un técnico que aplica al pie de la letra una regla sagrada del fútbol: la que tiene que correr es la pelota. Néstor Lorenzo lo sabe y James está feliz de que –¡por fin!– un técnico de fútbol moderno esté de su lado. ¡Bienvenido de regreso Capitán!
Néstor Lorenzo, el triunfo de la modestia, la humildad y la fe
En la final del Mundial Italia 90 –que sería recordada tanto por el título de Alemania como por la “puteada” de Maradona a los italianos, que asistieron ese día al Estadio Olímpico– uno los jugadores de la selección de Bilardo que se batió con el cuchillo entre los dientes contra a la Alemania de Beckenbauer fue Néstor Lorenzo.
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Ese día al hoy técnico de la selección Colombia también se le reventaron los oídos por cuenta de la silbatina italiana. Pero por cuenta de una serie de lesiones, su vida como futbolista profesional fue corta. Una vez retirado lo adoptó José Pékerman y lo trajo para que fuera su mano derecha en la selección Colombia. Con la salida de Pékerman, Lorenzo viajó al Perú y salió campeón con el equipo vinotinto de Melgar. Por eso el color de la camisa que nunca se quita. En junio del 2022, lo trajo Ramón Jesurún para que reemplace a Reinaldo Rueda.
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Con modestia, humildad y con una desbordante fe en la Virgen María, Lorenzo le respondió con triunfos a quienes desde los micrófonos de la radio preguntaban con pedantería y soberbia: ¿Y éste a quién le ha ganado? A ellos habría que decirles que ganar no siempre es vencer. Muchas veces es perseverar. Ganar es no dejar de soñar. Ganar es levantarse una y otra vez. A esos pedantes incrédulos hay que decirles que Néstor Lorenzo nos está enseñando a ganar. Punto.
Una Selección de guerreros, luchadores y sobrevivientes
Detrás de cada jugador de la selección Colombia hay mil batallas. Unas ganadas y muchas perdidas. No solo como futbolistas, sino como personas. Varios son sobrevivientes de una guerra que sigue dejando viudas y huérfanos a los largo y ancho del país. Pongamos ejemplos: ¿Davidson Sánchez? Llegó al Tottenham de Inglaterra como gran figura y salió por la puerta de atrás con el rótulo de “fracasado”.
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Hoy es una de las estrellas de Turquía y es una de las murallas de la Selección. ¿Richard Ríos? Pasó del fútbol sala en Bello, Antioquia –cancha de cemento, de 5 contra 5– a ser la revelación de la Copa América y uno de los intocables del Palmeiras de Brasil. ¿Lucho Díaz? Desde Barrancas, La Guajira, a Barranquilla y del Junior de La Arenosa a ser la gran figura del Liverpool, donde hoy hablan tanto de él como de John Lennon. ¿Miguel Borja? Desde Córdoba llegó a Barranquilla –después de triunfar en Brasil– y de aquí salió con sus goles al River Plate de Argentina, donde es goleador. ¡Quién lo creyera! Goleador en la tierra de Di Estéfano, Funes, Gareca, Batistuta, Palermo…
¡Gracias muchachos por darlo todo!
Cuando se enamora un país de la forma que lo ha hecho la selección Colombia no importa tanto la victoria como el camino que se recorrió para alcanzarla. Las derrotas sufridas nos enseñaron a valorar el esfuerzo y el sacrificio.
Hoy sabemos todos que vencer no es tan fácil y que ganar cuesta. Por esas mismas razones desde las 7 de la noche estaremos 50 millones de colombianos con el corazón en la mano haciendo fuerza por nuestros muchachos y por nuestra Selección. ¡Si, nuestra Selección! Hoy es más nuestra que nunca. Hoy sabemos lo que vale la esperanza.
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Hoy sabemos lo que cuesta una ilusión. Y por eso mismo –muchachos– salgan a la cancha a dejar hasta la última gota de sudor, que acá en la distancia estaremos disputando junto a ustedes cada balón como si fuera el último. Y pueden estar seguros de que al final –sea cual sea el marcador– 50 millones de colombianos les vamos a decir desde el fondo de nuestros corazones: ¡Gracias, muchachos…! ¡Gracias porque por ustedes volvimos a soñar, a creer y a confiar!























