Hay discos que parecen grabados en soledad, pero pocos lo fueron tanto como Nebraska. En 1982, Bruce Springsteen se encerró en una habitación de su casa en Colts Neck, Nueva Jersey, con una grabadora de cuatro pistas y una depresión que no sabía nombrar. De ese encierro nació un álbum seco, dolido, que se atrevió a mirar a los perdidos de América sin redención posible.
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Cuarenta años después, el director Scott Cooper decidió volver a esa habitación, pero no para reverenciar a El Jefe, sino para encontrar al hombre. El resultado es Springsteen: Música de ninguna parte, que llega a los cines este jueves con Jeremy Allen White en una actuación que ya huele a temporada de premios.
“Creo que una vez que volvió a casa para relajarse, el silencio se volvió demasiado ruidoso”, dice Cooper sobre el punto de partida de su película. En sus palabras hay un eco que atraviesa todo el film: el del artista que, en la cima de su carrera, descubre un abismo interior. Springsteen: Música de ninguna parte es menos una biografía que una autopsia emocional: una inmersión en el momento en que el músico más popular de su generación sintió que su vida no le pertenecía.
Cooper, que ya había explorado la relación entre música y fragilidad humana en Crazy Heart, encontró el proyecto por casualidad. Un productor le envió un correo con un asunto que decía simplemente “Nebraska”. “Respondí: ‘¿Quién no es fan de Nebraska? Es uno de los mejores discos de nuestro tiempo’”, recuerda el cineasta. El proyecto se basaba en el libro Deliver Me from Nowhere, de Warren Zanes, que disecciona el proceso creativo de aquel álbum fantasma. La historia atrajo a Cooper por su intimidad, no por su mito. “No quería un biopic de cuna a estadio”, explica. “Quería algo más estrecho, más humano, pero épico en su emoción. No sobre El Jefe, sino sobre Bruce, solo, mirando hacia adentro. Antes de los estadios, antes de los sintetizadores. Antes de Born in the U.S.A.”.
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El propio Springsteen lo entendió así. “Había visto Crazy Heart, así que sabía que Scott sabía cómo tratar la música en el cine”, dice. “Había visto Out of the Furnace, así que sabía que podía capturar la vida obrera con autenticidad. El tono de sus películas tiene una aspereza que me encanta, una especie de homenaje al cine de los setenta. Y sobre todo, entendió que esto no era un documental, sino un drama sobre un tipo en crisis. Scott era el indicado”.

Jeremy Allen White, el actor que ha convertido la ansiedad en arte en The Bear, fue la elección natural para encarnar a ese Bruce en carne viva. Pero incluso él dudó. “No fue un sí inmediato. No porque no me emocionara, sino porque… es Bruce”, confiesa. “Pensé en ello durante una semana. Luego Scott me llamó y me dijo que Bruce había visto mi trabajo y pensaba que debía hacerlo. Hablamos del enfoque y entendí que lo importante no era imitarlo, sino explorar su proceso creativo. Eso alivió algo de la presión”.
White no interpreta a un ícono, sino a un hombre que graba sus demonios en cinta. “No se trata de hacer una imitación”, dice Cooper. “Hay solo un Bruce Springsteen. Jeremy tenía que capturar su esencia, su vulnerabilidad y su fuerza. Tiene algo que no se enseña: humildad y swagger. No se aprende eso en Juilliard. O lo tienes, o no”.
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El primer encuentro entre actor y músico fue de película: “Fue en el escenario del Wembley Stadium”, recuerda White. “Él estaba ensayando Born to Run, me vio y me subió al escenario. Los primeros diez minutos que pasamos juntos fueron ahí, en medio del escenario. Durante el concierto, me buscaba entre la multitud para mantener el contacto visual, como si me dijera: ‘¿Puedes con esto?’. Me estaba transfiriendo la energía, dándome una probada del vértigo”.
El propio Springsteen lo confirma: “Jeremy no intentó hacer una imitación. Simplemente habitó mi vida interior. La cámara captó esas complejidades, y eso era esencial para hacer que el personaje fuera completamente creíble. Desde ahí es donde actúa su magia”.
Cooper rodó la película con un equipo de confianza y una obsesión: la autenticidad. Filmó en la casa original de Colts Neck, en el paseo marítimo de Asbury Park y en The Stone Pony, el bar donde todo empezó. “Hubiera sido una ofensa para el artista más auténtico de Estados Unidos si no hubiéramos buscado una autenticidad absoluta en cada detalle”, dice. La diseñadora de producción, Stefania Cella, reconstruyó la habitación donde Springsteen grabó Nebraska a partir de fotos, y el propio músico le dio acceso a sus cuadernos originales. “Cuando tuve esas hojas en mis manos, con su letra y sus tachones, me temblaban los dedos”, contó Cella.
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El director de fotografía Masanobu Takayanagi rodó las escenas del presente con lentes Nikon de los años 70 y las del pasado en blanco y negro, buscando “una textura emocional, no estética”. “Quería que la película se hiciera como Bruce hizo ese disco: sin adornos, con verdad. Nada de lucirse. Solo la emoción”, explica.
La música original corre a cargo de Jeremiah Fraites, de The Lumineers, que también rindió homenaje a Nebraska con una reinterpretación de sus canciones. “Viví en Nueva Jersey 24 años. Sé lo que es volver a una casa vacía después de un gran éxito. Lo que es tener todo y no saber quién eres. Todo eso está en mi música”, dice.
En el reparto destacan también Jeremy Strong como Jon Landau —el manager que le dio al mundo la frase “he visto el futuro del rock and roll y su nombre es Bruce Springsteen”— y Stephen Graham como el padre, Doug Springsteen, un espectro que atraviesa el alma de la historia. “El vínculo entre Bruce y Jon es, en el fondo, una historia de amor”, dice Cooper. “Es la relación más profunda del film. Todos quisiéramos tener un Jon Landau en nuestra vida”.

Strong, que ya había trabajado con Cooper, estudió cada palabra escrita por el verdadero Landau: “Leí todos sus artículos. Descubrí que su función no era solo manejar la carrera de Bruce, sino cuidar su espíritu. Era su brújula moral”. El propio Landau se declara sorprendido: “¿Quién hubiera imaginado que terminaría siendo interpretado por Jeremy Strong? Tiene mi voz, mi ritmo, mi caminar. Es raro verte traducido así, pero también conmovedor”.
El rodaje, sin embargo, tuvo una sombra personal. El padre de Scott Cooper murió un día antes del inicio de filmación. “Él fue quien me presentó a Bruce y a Nebraska”, dice el director. Y cuando su casa en Los Ángeles se incendió en medio de los fuegos forestales, fue el propio Springsteen quien lo acogió. “Bruce nos abrió su casa. Nos abrazó. Mi hija había perdido su guitarra en el fuego, y Bruce le envió una de las suyas. Eso te dice quién es él: generoso, humano. Tenerlo a mi lado todos los días cambió mi vida”.
Esa humanidad se respira en cada fotograma de Música de ninguna parte. La película no pretende glorificar al héroe, sino mostrar al hombre que, antes de los himnos, tuvo que aprender a escucharse en el silencio. Un silencio que a veces dolía más que cualquier ruido de estadio.
Jeremy Allen White lo resume mejor que nadie: “Nebraska es un disco sobre la soledad y la gente que busca sentido en la oscuridad. A veces me sentí igual durante el rodaje. Pero, como dice Bruce, a veces la fe es solo seguir grabando cuando nadie más escucha”.
Springsteen: Música de ninguna parte no es una película sobre un músico. Es una película sobre el ruido que queda después del éxito, sobre los fantasmas que habitan incluso en los hombres más queridos, sobre la necesidad de crear para no desaparecer. Lo que Springsteen hizo con una grabadora y una guitarra, Scott Cooper lo replica con una cámara y una fe silenciosa.





















