La facultad de imaginar es un bien superior, la imaginación de forma espontánea es el fundamento de una de las capacidades más valiosas del ser humano, pues nos permite crear, soñar, comprender y encontrar soluciones en momentos adversos o cuando se requiera. Quienes han, o hemos experimentado la imaginación como fuente de vida, encontramos en ella poderosas formas resonantes, pero así mismo, identificamos sombras que pueden ser poco saludables.
El miedo por ejemplo. El miedo es una emoción voluptuosa que se acerca con sigilo pero con determinación a la imaginación. Se mimetiza y se amalgama en ella para crecer y hacerse fuerte, pues la mente puede ser débil, pero es ilimitada y lo es también la imaginación. El miedo parece que se adapta de manera perfecta a esa ecuación. La imaginación lo puede hacer crecer tanto como una lagrima del sol y eso, lo constituye en rey.
Todos hemos sentido miedo y todos, hemos experimentado en mayor o menor escala la sensación de un miedo creciente que se va apoderando del espacio sin pausa y se va asentando con fuerza paralizante.
No lo hagas, no saldrá bien, eres muy viejo para eso, tu tiempo ya pasó, no tienes la capacidad, perderás el tiempo, se burlarán de ti, nadie lo valorará. No te atrevas.
Y entonces, nos vamos congelando poco a poco hasta quedar inmóviles. Bien citaba alguna vez el reconocido periodista y presentador español Pablo Motos en uno de sus maravillos espacios, que “le tenemos miedo a todo” y hacía una descripción deliciosa al respecto, a la cual le sumaria yo ciertas situaciones, pues efectivamente tenemos miedo al amor por la posibilidad de no ser correspondidos, pero tambien, dejamos de jugar por miedo a perder, dejamos de creer por miedo a que no sea cierto, no comemos por miedo a engordar, no buscamos por miedo a ser rechazados, no pedimos perdón por miedo a lucir derrotados, no lloramos por miedo ser debiles, no pedimos ayuda por miedo a parecer vulnerados, no reímos por miedo a ser poco serios, nos hipotecamos por miedo a no ser aceptados, no cortamos por miedo a soltar, no reconocemos por miedo a sentirnos inferiores, no decidimos por miedo a equivocarnos, no hablamos por miedo a no ser escuchados, no cantamos por miedo a desentonar, no confiamos por miedo a ser traicionamos, no cambiamos por miedo a sentirnos incomodos, abandonamos el sentido del humor por miedo al ridiculo, no crecemos por miedo a envejecer y dejamos de vivir por miedo a morir.
Hay instantes sin retorno, en ellos encontramos que el miedo nos ha ganado algunas partidas de la vida, el miedo está acostumbrado a ganar, pero no se trata de ganar, es mucho mas interesante el placer que la victoria. La integridad no está en el triunfo. Es valioso salir al rescate de nuestro eterno retorno al lugar que nos pertenece, el que no se asuza, el que no se arrebata, el mismo que la imaginación puede no exaltar ni engrandecer, el sitio donde no hay lunares ni partidas ocultas, mucho menos obsesiones ante la fragilidad, ni deseos de acomodar la realidad a la estrechez de los temores.
Dos antídotos contra el miedo: el primero, dejar de tenerle miedo, que pase de largo y ante su falta de moderación dejarle sin nada semejante, sin mañana, sin peso. El segundo: dejarle sin imaginación. El miedo es una sombra de la imaginación , sin imaginación el miedo es un fantasma, un espejismo roto que fracasa, no existe más en su mounstruosa dimensión, se extingue, se agota y decrece, se deja de expandir y nos permite que los hechos se ajusten a nuestras ideas de manera correcta para que regrese el brillo de los anhelos por cumplir.