¿Cuánto es mucho y cuánto es poco? Nuestra relación con el tiempo es extraña, acuciosa y quizá, más que eso, apresurada. Parecería que es más fácil exprimirlo, que darle tiempo, o entender que todo tiene su tiempo y que el tiempo no es el mismo para todos.

No hay tiempo para nada, para nada alcanza el tiempo y es evidente que cuando eso sucede, nada sucede.

Las cosas que soñamos, que deseamos y por las cuales luchamos no están sujetas a suceder en el momento que queremos o que “necesitamos” que sucedan. No es una ecuación controlable. La necesidad es un requerimiento agónico que conecta con el desespero, con la derrota y la frustración que de ello se deriva. A razón de esto, se producen despidos anticipados, renuncias prematuras, se caduca antes y se muere en la víspera.

El aprendizaje requiere de mucha humildad y de un alto grado de disposición interna para reconocer nuestras limitaciones.

Para avanzar y mejorar debemos entender el proceso, y tener claro que no se aprende ni se crece, si creemos que ya todo lo sabemos o que ya todo lo hemos hecho para lograr lo esperado.

La condición humana de sabernos permanente alterados solo nos lleva a enfocarnos en lo que no debemos convertirnos y nos invita a dejar de creer.

No podemos olvidar la importancia del proceso. Solo el proceso nos permite entender que no importa lo que ocurre, sino cómo respondemos a lo que ocurre. El proceso es el camino, la perseverancia, el ajuste, la corrección, la paciencia y, sobre todo, la posibilidad de dejar a un lado la premura y entender que todo llega, que todo pasa, que todo tiene su tiempo.

El fin de semana pasado se coronó campeón del fútbol colombiano el equipo Millonarios, eterno rival del Santa Fe de mis amores. Cuando el camerino norte se corona, el camerino sur respira malestar, desconsuelo e impotencia. Pero esta vez, debo decir que ha sido diferente, dejo mi corazón a un lado y entiendo que es el premio a un proceso, a un proyecto que inició hace 4 años en las manos de Alberto Gamero, a quien no lo aguantaron en otras plazas, incluida la hermosa Barranquilla.

Gamero llegó a los azules y mientras construía su idea de juego fue eliminado de varias competiciones. Continuó y el resultado no fue el mejor; perdió una final en su casa. Avanzó y siendo favorito se desvaneció el año pasado en ambos torneos. Pero el proceso no había terminado, lo acompañaron, lo esperaron, lo respaldaron. El sábado pasado, sin jugar su mejor fútbol, sin ser su mejor versión, salió campeón, dejando claro que la vida es un proyecto que necesita crecer a través de los procesos y no de los afanes. Merecido por Alberto y que lo celebren sus hinchas, mientras los demás aprendemos, y ojalá así sea, que al tiempo hay que darle tiempo.