Las tardes lluviosas son recinto que alberga cercanía, son excusas para encuentros próximos, reuniones familiares, citas románticas o visitas entre amigos. Son propicias para restablecer contacto lo humano, con el paladar, la palabra, y la sonrisa; también con lo melodioso, pues de cierta manera, la música que vive en el aparente murmullo silencioso de la lluvia, convoca el sonar de las canciones favoritas que acompañan y abrazan los momentos en los que nos recogemos alrededor de un suspiro que nos permite ser cinematografía, literatura y fantasía.
Las tardes lluviosas son la posibilidad de interpretar lo que vemos y leemos, que en ocasiones, tanto nos seduce y nos parece inalcanzable.
Las flores del florero, el vino de las copas, los quesos de las tablas, las gotas de la ventana, las mantas de los sofás, las aceitunas de la mesa y los demás, todos van bailando en par. De par en par, como lo hacen los temas que saltan de boca en boca, anecdóticos, mordaces, subjetivos o juguetones. Esas tardes abren puertas a instantes que pueden ser tan soleados, como las calurosas tardes de verano en el borde de una silla de madera en la caseta que vende el refresco perfecto con el que nuestra sed mira al mar.
Hace poco en medio de una de ellas, muy armoniosa y desprevenida, uno de los invitados soltó una pregunta a otro, así, sin más ni más, sin pensarlo dijo: “Y a ti, que te apasiona? ¿Qué te inspira?” Más adelante todos entendimos que era su forma de aproximarse a los demás, pero en el momento, más de uno se sintió intimidado. El cuestionado, titubeo, se sonrojó, dió vueltas, dudo. La pregunta fue de mano en mano y otros en su defensa, alojaron su respuesta en su oficio o en su trabajo, pero en la gran mayoría, había una sensación de incertidumbre.
El primer problema es que nos hemos confundido, no sabemos lo que realmente nos apasiona y nos inspira. Sabemos lo que hacemos, lo que queremos tener, por lo que nos pagan y a lo que nos dedicamos, y todo eso, lo enmarcamos en lo que parecería, nos apasiona, pero no es cierto. Nos hemos olvidado de eso, mal utilizamos el tiempo, y el tiempo no es el segundo problema, el segundo problema es lo que hacemos con el tiempo. No le damos espacio a esas pequeñas “insensateces” o “locuras” que llevamos dentro y que constituyen lo que nos apasiona, le brindamos mucho tiempo a las distracciones y a lo obligatorio, y como bien decía alguien en el sur del continente: “lo que se hace por obligación no te hace libre, sólo somos libres cuando gastamos el tiempo en lo que nos motiva”
No es fácil tener una pasión, tampoco es fácil alimentarla, toma años, disciplina, y esfuerzo, pero no podemos olvidar que lo más cercano al fracaso es el abandono, no podemos abandonar la idea de identificar lo que nos apasiona, nos inspira y nos motiva, si lo hacemos, dormiremos en el arrullo del letargo, considerando que hemos sido felices e ignorando el peligroso escaño en el que se encuentra la sensación de estar “satisfecho consigo mismo” después de haber hecho apenas lo justo, omitiendo que, la alegría del resignado es la tumba del consciente.
Si se posa en su ventana en estos días lluviosos, un tarde lluviosa, recuerde que está frente a la hermosa posibilidad de ser, de preguntarse qué le apasiona y que le inspira y, sobretodo, de ir por ello, de hacer su guión realidad y de llevarlo todo acabo antes de morir.