Por alguna razón el fuego ha llamado mi atención desde temprana edad y creo que no es exclusivo de mi ser, por lo menos así lo indica una serie de consultas desprevenidas que he hecho a lo largo de mi vida en conversaciones y diálogos simples con personas de a pie. Una especie de magnetismo especial hace que fijemos la mirada en el ondear del uniforme de sus aspas y en la paleta de colores profundos que en su composición se abrazan, se mezclan, se amalgaman como pequeñas almas que suben y bajan sin cansancio, como danzantes en un baile de salón, acompasados pero a su vez independientes, con el conocimiento del exacto, del preciso momento en el que por voluntad propia, se separan, se diferencian y se distinguen uno de otro, como en un tango, recordándoles que la única manera de ser un todo, es siendo uno cada uno. El fuego es fuego, pero en él, el rojo siempre es rojo, el azul siempre es azul y el amarillo y el naranja jamás dejan de serlo. Quedarse contemplando el fuego puede ser el ejercicio meditativo más fácil de lograr, en mi caso, confieso que es el instante en que mi mente menos se distrae, en las demás aproximaciones a la meditación siempre me encuentro con goles inolvidables, impertinencias del destino, memorias de un amor o un ser querido, o en las cuentas por pagar.
Por estos días hace miles de años, los Celtas, celebraban un acontecimiento nada menor; la ubicación del Sol en su punto máximo de brillo y esplendor. Lo hacían encendiendo hogueras en su honor para que no abandonara la tierra, ni la casa, pues era el fuego del hogar el centro de la actividad de su núcleo principal. Solían también, festejar el “Beltane” festival del fuego como ritual supremo, exaltación a la fuente de vida creadora y eterna, para ellos todo lo que tocaba el fuego destruía las tinieblas y no había mejor noticia que esa. Beltane: buen fuego, fuego hermoso o fuego luminoso.
Desde entonces el solsticio de cada 21 de junio y su celebración pagana se fundió con la cristiana de cada 23 de junio, fecha en la que se advierte el nacimiento de San Juan Bautista y noche en la cual, su padre, mandó a prender una hoguera para celebrar la buena noticia.
Por donde reviso el fuego y su simbología, está ligado a buenas nuevas, a la posibilidad de regeneración de ciclos y a buenos augurios.
La diferencia entre las civilizaciones que avanzan y los pueblos que están condenados a su miseria, no es el fuego, pero sí la capacidad de interpretación del mismo, pues en unos es elemento poderoso, sanador y catártico y en otros se convierte en combustión e incendio. En nuestro territorio abundan voces y titulares incendiarios, que más que ascensión buscan cenizas, nunca entendieron el poder del fuego. Pues confundieron el fuego y el poder.
Nos sobra violencia y nos faltan rituales. La vida sin rituales luce plana, horizontal y aburrida. Los rituales son necesarios pues, de alguna manera nos conectan con nuestra fuerza interior, con lo que renace, con la luz que reconstruye la idea de la buena fortuna.
Los rituales nos permiten soltar, dejar atrás, cerrar y, en consecuencia, creer y avanzar. Debemos avanzar, es necesario. Es obligarte para superar las diferencias viscerales. Nada mal nos vendría encender la hoguera, pero para quemar el dolor, la rabia, la indiferencia, la intolerancia, el odio, la sevicia, la maldad, la injusticia, la agresión y la envidia. Beltane!